Texto : jorge jolmash
De nada nos sirve seguir con los ojos vendados. Ahí están; en la calle, en los parques, en la intimidad de nuestras propias casas. Nos miran, a lo mejor sin vernos, igual que nosotros a ellos; y aunque ni ellos ni nosotros nos hayamos dado cabal cuenta, un lazo definitivo como cordón umbilical nos une en más de un sentido. Una cosa si es cierta, de algún modo nos pertenecen, pues aunque no son necesariamente el producto de nuestros vientres, la irresponsabilidad de nuestros actos y nuestra bien intencionada negligencia han contribuido a crearlos. Ellos son los que Umberto Eco, en su libro El Nombre de la Rosa, identifica con los leprosos “para que pudiéramos comprender esta admirable parábola, y al decir <
Alguna vez dijo Nietzsche: “Si quieres mejorar a alguien, hazle un retrato favorable”, frase que el poeta Gabriel Zaíd reinterpretó como “si quieres que alguien llegue a ser, reconócelo". El trabajo de Mirna Campos hace justamente ambas cosas, sin olvidar que ya alguno de estos hijos no deseados, los mejores sin duda, han comenzado a reconocerse a sí mismos y planean – utópicos incurables – construir un mundo donde puedan reinventarse día con día, y transformarse en hijos de sus propios deseos.