Como ya habíamos señalado en un artículo publicado previamente en esta misma revista, la cada vez mayor acumulación de conocimientos especializados tanto en el ámbito científico como en el humanístico, ha tenido como consecuencia lo que el químico y escritor inglés C.P. Snow definió como “el problema de las dos culturas”. Dicho problema, no es otra cosa que la aparente incompatibilidad existente entre quienes recibieron una educación “humanística” y quienes han optado por una profesión “científica”. En realidad, la incomunicación cultural no es un problema solamente entre científicos y humanistas, sino entre cualquier grupo de especialistas (sea cual fuere su campo de trabajo) y el resto del mundo.
Ahora bien, como no se trata solamente de diagnosticar problemas sino de proponer soluciones aplicables, nuestro planteamiento es que la famosa brecha de las dos culturas podría –y debería- reducirse gracias a la divulgación científica (o en su caso, divulgación humanística, musical, o hasta futbolística, dependiendo del grupo de especialistas que quiera hacer accesible su particular “cultura” a otros). De hecho, podemos considerar a la divulgación científica como un auténtico puente entre la cultura científica y la cultura literaria. El presente artículo pretende evidenciar una de las características que la divulgación de la ciencia comparte con la literatura y las artes; su vocación estética.
Dada la naturaleza del tema que a continuación trataremos, voy a tomarme la libertad de citar una historia narrada por el filósofo vienés Friedrich Kainz que, aunque escrita en un contexto bastante distinto al nuestro, muy bien puede ayudarnos a entrar en materia:
“Supongamos que tres hombres recorren un bosque” – dice Kainz – “Uno de ellos es botánico. La belleza del bosque le es indiferente; lo que busca en los árboles y en las plantas, al examinarlos, es una visión teórica de su morfología, de la fisiología general y sistemática vegetal; toda su preocupación se dirige a ver las cosas tal y como ellas son en sí mismas. Su actitud obedece a un punto de vista teórico-intelectual. El segundo de los tres hombres de nuestro ejemplo es un leñador: ha recibido orden de entregar una determinada cantidad de madera, y examina los árboles buscando los más adecuados para cortarlos y sacar de ellos la madera que debe suministrar. El punto de vista de este segundo personaje es absolutamente práctico. El tercero es un excursionista, entusiasta de la naturaleza. No ha venido al bosque tratando de enriquecer sus conocimientos ni su visión teórica; tal vez no sabe siquiera – o si lo sabe, no se preocupa de ello – si los árboles que tiene delante son pinos o abetos. Le tiene sin cuidado, asimismo, el aspecto económico-material del bosque. Lo único que en él busca es contemplarlo, recrear su mirada. No mira, por decirlo así, por encima del bosque, hacia otros objetivos, sino que deja que su mirada se pose amorosamente en él complaciéndose en contemplarlo con despierta y profunda sensibilidad. El suyo es el punto de vista estético”.
[1]He elegido la cita anterior a pesar de su extensión, por que las actitudes con las que los tres hombres se acercan al bosque son análogas a las tres actitudes distintas con las que nos podemos acercar al estudio de las ciencias. Trataré de explicarme mejor. El enfoque del primer hombre, el botánico interesado en el conocimiento teórico del bosque por sí mismo, corresponde al del estudioso de las ciencias puras en general. La visión del leñador, preocupado principalmente por el aprovechamiento pragmático de los recursos del bosque, corresponde al tecnólogo practicante de las ciencias aplicadas. Finalmente, la motivación estética del tercer hombre, es quizás la que más le va al divulgador, quien después de todo sería incapaz de compartir con el público su pasión por la ciencia, si no estuviera él mismo cautivado por la belleza intrínseca de su campo de estudios. Con esto obviamente no quiero decir que no existan o no deban existir en el divulgador científico preocupaciones teóricas o prácticas
[2], sin embargo, es innegable que una gran cantidad de los actos divulgatorios más exitosos, serían imposibles de comprender plenamente sin tomar en cuenta una fuerte motivación de índole estética.
A continuación exploraremos algunos aspectos de la divulgación científica en tanto hecho estético, pero antes de pasar más adelante quisiera hacer una aclaración al respecto. Un lector atento puede notar que la mayor parte de los argumentos aquí utilizados, presuponen que la divulgación se lleva a cabo en forma de texto escrito, como una actividad comparable a la literatura. Obviamente ese no es el único enfoque estético que puede aplicarse a la divulgación científica, pero es sin duda aquel del cual tengo más cosas que decir, tal vez debido a que mi práctica como divulgador se ha dado en ese sentido.
De cualquier manera, casi todas las consideraciones con respecto a la divulgación científica en tanto literatura, son perfectamente aplicables a otras formas de divulgación, ya sea por que en alguna fase de su desarrollo requieren de un guión escrito – como el caso del video o las conferencias – o por que implican la interpretación de un texto, aunque no necesariamente en forma verbal, como en el caso de un cartel gráfico.
Una de las características que distinguen a la divulgación de la ciencia de la educación científica formal, es que la primera carece de un fin instrumental definido. Aunque tradicionalmente se ha dicho que uno de los objetivos de la divulgación es despertar la vocación científica de los jóvenes
[3], pensar que ese es el único fin de esta actividad implica considerarla como una empresa bastante ineficiente. Dado que no todo el mundo tiene una inclinación natural a dedicar su vida profesional a la investigación científica (cosa que, francamente tampoco sería deseable, aunque sólo fuera por mantener una saludable división del trabajo), se podría pensar que aquellos que leen Historia del tiempo, sin intenciones de seguir los pasos de Stephen Hawking, están justamente perdiendo su tiempo. Por otra parte, creo que nadie en su sano juicio pensaría que la única razón para leer Crimen y castigo es la esperanza de despertar una vocación literaria.
Así que ¿cuáles son entonces las razones para hacer divulgación científica (o disfrutar de ella)? Al parecer existen tantas respuestas para esta pregunta como divulgadores potenciales, sin embargo un muy buen motivo para divulgar, es el placer estético
[4] que la divulgación cuando está bien lograda puede producir tanto en el receptor como en quien divulga.
En una conferencia leída por Richard Dawkins en el canal de televisión de la BBC de Londres, se recordaba la historia de un maestro de clarinete que le había enviado una carta diciéndole que su “único recuerdo relacionado con la ciencia en la escuela, había sido un largo” (y suponemos, aburrido) “periodo estudiando el mechero Bunsen”.
[5] La respuesta de Dawkins a ese comentario fue la siguiente: “Hoy en día es posible disfrutar de un concierto de Mozart sin necesidad de poder tocar el clarinete. Puedes ser un crítico de conciertos bien informado sin ser capaz de tocar una sola nota. Por supuesto que la música se estancaría si nadie aprendiera a tocarla. Pero si todo el mundo dejara la escuela pensando que tienes que tocar un instrumento para poder apreciar la música, piensa en cuántas vidas se empobrecerían”... “¿No podríamos tratar a la ciencia de la misma manera?”
[6] La solución propuesta por Dawkins es ofrecer “mecheros Bunsen y agujas de disección para aquellos interesados en la práctica científica avanzada”, y “clases de apreciación científica” para todos los demás.
La comparación entre el disfrute de la ciencia y el disfrute de la música clásica no es del todo arbitraria. Stephen Jay Gould (quien por cierto no es precisamente famoso por estar siempre de acuerdo con Richard Dawkins) también es admirador de Mozart
[7] y cita constantemente sus composiciones, sin embargo para quien no ha tenido una educación musical adecuada, podría ser difícil distinguir entre el Der Hölle Rache kocht in meinem Herzen cantado por la Reina de la Noche en la Flauta Mágica, y los gritos de una tía con dolor de muelas. Esto se debe a que para disfrutar de la Flauta Mágica, resulta de gran ayuda (aunque ciertamente no es indispensable) tener una cierta familiaridad cultural previa. Otro tanto podría decirse de la Tierra Baldía de Eliot, del Guernica de Picasso y de muchos otros productos de la alta cultura
[8]. Obviamente, la única forma de adquirir dicha familiaridad cultural es mediante el trato frecuente con las obras antes mencionadas y sus afines.
A diferencia de lo que ocurre en el ejemplo de Kainz, a quienes les interesa la contemplación de la ciencia no necesariamente les da lo mismo saber si los árboles del bosque son pinos o abetos, sino por el contrario, entre más conozcan el bosque, más oportunidades tendrán de disfrutar de él. Así pues, la divulgación científica es simultáneamente una guía para disfrutar más y mejor de la ciencia por un lado, y por el otro un objeto disfrutable en sí mismo como podría serlo cualquier obra de arte. La divulgación que está bien hecha, se entiende.
Debo confesar que la idea de estudiar a la divulgación científica como a un hecho estético no se me ocurrió a mí (ojalá así hubiera sido), sino que ha sido explorada previamente en el excelente libro La divulgación de la ciencia como literatura de Ana María Sánchez Mora. En este libro, la maestra Sánchez, examina a la divulgación como a un genero literario con todas las de la ley. Dicho con las palabras de Aldous Huxley: “La ‘ciencia popular’ es una nueva forma de arte que participa simultáneamente del libro de texto y el reportaje, el ensayo filosófico y el proyecto sociológico”.
[9]Siguiendo una concepción aristocrática del arte, por desgracia bastante aceptada, se podría pensar que el compromiso de la divulgación con la objetividad científica la excluye de los dominios de la estética. Sin embargo, en el campo de la literatura, es bastante revelador recordar la distinción entre literatura en pureza y literatura aplicada o ancilar propuesta por el Maestro Alfonso Reyes: “En el primer caso, - drama, novela o poema – la expresión agota en sí misma su objeto. En el segundo – historia con aderezo retórico, ciencia en forma amena, filosofía en bombonera, sermón u homilía religiosa – la expresión literaria sirve de vehículo a un contenido y a un fin no literarios”.
[10] (Las cursivas son mías).
Ahora bien, no por su cualidad ancilar, podemos negar a la obra de divulgación científica una cierta dimensión estética. Como dice el filósofo Samuel Ramos: “El valor de la belleza es sin duda un valor autónomo que corresponde a intereses espirituales de un orden peculiar, los cuales encuentran su manifestación adecuada en el arte como arte. Lo que constituye un error de las tendencias puristas del arte es pretender excluir radicalmente los valores extraestéticos de la obra” (por ejemplo, el valor de verdad o la cientificidad, en el caso que nos atañe)... “Si, en efecto estos valores son autónomos y tienen su propia dignidad, tal cosa no significa que sean valores solitarios y aislados sin relación con los demás. Todo lo contrario, los valores estéticos están conectados con los otros y su presencia en la obra de arte lejos de disminuir su calidad estética le da mayor vida y humanidad”.
[11] Otro argumento a favor del estudio literario de la actividad científica, y muy particularmente de la divulgación, es que los científicos – al igual que los artistas - “leen” e interpretan eventos y datos, además de que los textos producidos por ellos (ya sean difusión, divulgación o educación) “son tan susceptibles de análisis retórico y lingüístico como lo son las novelas y los poemas”.
[12] Con esto, obviamente no quiero decir que el arte y la ciencia sean idénticos e intercambiables, sino que al igual que el análisis sociológico y psicológico han contribuido al desarrollo de la crítica de arte, el punto de vista del análisis estético puede enriquecer sensiblemente el estudio de la divulgación científica
[13].
Para hablar propiamente de análisis estético de un texto de divulgación científica, es preciso distinguir entre los dos tipos de interpretación posibles en todo texto, señalados por Umberto Eco en Los límites de la interpretación. En primer lugar tenemos a la interpretación semántica (también conocida como semiósica) que “es el resultado del proceso por el cual el destinatario, ante la manifestación lineal del texto lo llena de significado”. Por su parte, la interpretación crítica o semiótica es “aquella por la que se intenta explicar por qué razones estructurales el texto puede producir esas (u otras alternativas) interpretaciones semánticas”. Parece evidente que para que un texto de divulgación científica funcione como es debido, su interpretación semántica tiene que ser relativamente sencilla para la mayoría de los lectores. Sin embargo, su interpretación crítica puede variar tanto en complejidad como la de cualquier texto literario tradicional. Como dice Eco: “Un texto puede ser interpretado tanto semántica como críticamente, pero sólo algunos textos (en general aquellos con función estética) prevén ambos tipos de interpretación”.
[14] Esta condición de prever diferentes tipos de interpretación es cumplida de forma más que satisfactoria por una gran cantidad de textos de divulgación científica, aunque no necesariamente por todos.
Si exceptuamos el trabajo de Ana María Sánchez Mora en materia de divulgación, los únicos dos intentos de interpretar críticamente textos científicos que he podido encontrar hasta el momento, provienen de las ciencias sociales. Por una parte el revelador ensayo El estilo literario de Marx de Ludovico Silva, y por la otra El antropólogo como autor, de Clifford Geertz, en donde se analiza el estilo de Malinowski, Lévi-Strauss, Evans-Pritchard y Ruth Benedict desde un punto de vista retórico. Cabe preguntarse por qué no existe la misma atención para estudiar las metáforas de Richard Dawkins, los giros retóricos de Edward Wilson o la poética de Charles Darwin. Tal pareciera que en las ciencias de la naturaleza es mayor el temor de que “concentrar nuestra atención en el modo en que se presentan los enunciados cognoscitivos mina nuestra capacidad de tomarlos en serio”, o dicho de una forma más cruda: “Exponer el modo como se hace la cosa equivale a sugerir, como en el truco de la mujer partida por la mitad con una sierra, que se trata de puro ilusionismo”
[15], miedo por demás absurdo.
Un ejemplo típico de esta falta de aprecio por el estilo literario en las ciencias naturales podemos encontrarlo incluso en un clásico de la divulgación como La relatividad del mismísimo Einstein, en donde dice: “En interés de la claridad, me pareció inevitable que debía repetirme frecuentemente, sin poner la menor atención a la elegancia de la presentación. Me adherí escrupulosamente al precepto del brillante físico teórico L. Boltzmann, según el cual el asunto de la elegancia debe dejarse al sastre y al zapatero”. Hay que decir en defensa de Einstein que no es cierto que se haya apegado del todo al consejo de Boltzmann, ya que como apunta Ana María Sánchez Mora, escribe efectivamente con elegancia, es decir, “su prosa es cuidada en el lenguaje y acertada en la selección de las palabras”.
[16] En contraste con esta idea, tenemos la postura de Ludovico Silva, para quien el desarrollo de un estilo literario, si bien no es frecuente, si es deseable entre quienes se dedican a escribir sobre ciencia (incluyendo por supuesto a los divulgadores). Silva entiende por estilo: “un genio puesto conscientemente al servicio de una voluntad de expresión que no se contenta con la buena conciencia de haber empleado los términos científicamente correctos, sino que la acompaña de una conciencia literaria empeñada en que lo correcto sea, además, expresivo y armónico, y dispuesta a lograr mediante todos los recursos del lenguaje que la construcción lógica de la ciencia sea, además, arquitectónica de la ciencia. Nada pierde la ciencia, y gana mucho en cambio, si a su rigor demostrativo añade un rigor ilustrativo; nada hay que contribuya tanto a la comprensión de una teoría como una metáfora apropiada o una analogía al calce”.
[17] Aunque hace especial hincapié en el peligro de “tomar por explicaciones lo que no son sino metáforas, ni a la inversa, tomar por metáforas lo que son explicaciones”.
[18]Una de las características del mensaje susceptible de análisis estético (sin importar si se trata de poesía vanguardista o divulgación científica con “estilo literario” como la mencionada por Ludovico Silva), es que al proponer la propia estructura como objeto de consideración, resulta siempre más complejo que el mensaje referencial común. De acuerdo con Eco, la diferencia estriba en que el autor de un mensaje referencial (que posteriormente definiremos como cerrado), “no se plantea problemas especiales en orden a la selección de los términos: si dos términos, a la luz del código, tienen el mismo significado, poco le importará usar uno u otro; como máximo, por exigencias de la redundancia, podrán ser utilizados ambos, uno para reforzar al otro”. En contraposición, al autor preocupado por el estilo literario el hecho de que dos términos posean idéntico significado no le resuelve nada, pues el sonido de uno de los dos será más indicado para ponerse en relación con otro sonido del contexto, “y de la confrontación de esas dos sonoridades podrá nacer una asonancia que sacuda al receptor y le impulse a asociar dichos dos términos que quizá, a la luz del código, tenían una relación mucho más tenue”. De esta manera, podemos decir que el mensaje con funciones estéticas “no se constituye únicamente como un sistema de significados, derivado de otro sistema de significantes, sino también como el sistema de las relaciones sensibles e imaginativas estimuladas por la materia de que están hechos los significantes”.
[19] Por otro lado, es evidente que no todos los divulgadores alcanzan a desarrollar esa cualidad que, a falta de un mejor nombre, llamamos estilo literario. Para comprender mejor qué es lo que hace que ciertos divulgadores sean capaces de producir un texto estéticamente disfrutable, mientras que otros simplemente expliquen un montón de hechos con consecuencias muchas veces soporíferas en los lectores, propongo que nos adentremos un poco más en el estudio de cómo se interpreta un texto.
Entre las propuestas más interesantes para el análisis de la interpretación de textos se encuentra la teoría de la recepción de Wolfgang Iser, quien va más allá de la noción tradicional de que el significado de un texto se encuentra encerrado dentro del texto mismo y el lector lo único que tiene que hacer es descifrar el código para comprenderlo. Por el contrario, Iser “considera al significado como el resultado de una interacción entre texto y lector, como un efecto que se experimenta y no como un objeto que se define”. Es decir, según este autor “la obra literaria no es ni únicamente texto ni solamente la subjetividad del lector, sino una combinación o fusión de las dos”.
[20] Esta idea corresponde perfectamente con la posición de Eco de que “el texto está plagado de espacios en blanco, de intersticios que hay que rellenar”, y que “quien lo emitió preveía que se los rellenaría”. En ese sentido, todo texto es un “mecanismo perezoso (o económico)” que obliga al lector a construir un significado complejo en base a unos cuantos indicios explícitos, y que “sólo en casos de extrema pedantería, de extrema preocupación didáctica o de extrema represión el texto se complica con redundancias y especificaciones ulteriores”.
[21] De hecho, entre mayor sea la importancia de la función estética y menor la de la función didáctica, la iniciativa interpretativa del lector tendrá mayor peso, aunque eso sí, procurando por lo general un cierto margen de univocidad.
[22] Ahora, si bien es verdad que el texto para existir como tal presupone la cooperación de un lector, nada nos garantiza que en dicha cooperación no intervengan interpretaciones aberrantes. Como dice Eco: “la competencia del destinatario no coincide necesariamente con la del emisor”, lo cual es aún más cierto en el caso de la divulgación que, por definición, involucra una cierta incompatibilidad a nivel de código entre el emisor y el receptor.
Ante esa circunstancia, quien escribe el texto puede elegir entre dos posturas alternativas. Por un lado puede tratar de “cerrar” su texto, es decir, de limitar al máximo la variedad de interpretaciones potenciales mediante el aumento en la redundancia y la elección cuidadosa de un destinatario o target concreto (p. ej. niños de primaria, amas de casa, aficionados al tenis de mesa, o cualquier otra categoría por el estilo), del cual - para evitar malas interpretaciones - espera la menor cooperación posible. Los autores de este tipo de textos, según Eco, se las arreglarán “para que cada término, cada modo de hablar, cada referencia enciclopédica sean los que previsiblemente puede comprender su lector. Apuntarán a estimular un efecto preciso; para estar seguros de desencadenar una reacción de horror dirán de entrada ‘y entonces ocurrió algo horrible’. En ciertos niveles, este juego resultará exitoso”.
[23] Se pueden hacer varias objeciones a esta forma de producir textos “cerrados”, aún reconociendo que en ciertas circunstancias puede resultar útil para la comprensión de conceptos científicos. La primera de ellas es que este tipo de texto pierde toda su eficacia didáctica cuando la competencia del grupo de lectores al que va dirigido no ha sido adecuadamente prevista “ya sea por un error de valoración semiótica, por un análisis histórico insuficiente, por un prejuicio cultural o por una apreciación inadecuada de las circunstancias de destinación”
[24], evento que es bastante más común de lo que pudiera pensarse, a menos que el emisor conozca personalmente al grupo de receptores al que se dirige, lo cual, huelga decirlo, casi nunca sucede. La segunda objeción a este tipo de textos, y a mi juicio la más importante, es que constituyen una falta de respeto al lector de divulgación, al negar su especificidad y confundirlo con un alumno.
[25] Como diría Ana María Sánchez Mora: “El buen divulgador se comunica con un lector inteligente, sea cual sea su edad y su grado de escolaridad”.
[26] La otra postura que puede adoptar el autor de un texto es la de considerar la participación del lector (con todo y sus potenciales interpretaciones aberrantes) como una situación pragmática ineliminable, asumir la gran variedad de interpretaciones posibles y actuar en consecuencia. De acuerdo con Eco, lo único que le queda a este emisor es decidir conscientemente “hasta qué punto debe vigilar la cooperación del lector, así como dónde debe suscitarla, dónde hay que dirigirla y dónde hay que dejar que se convierta en una aventura interpretativa libre”.
[27] Este tipo de texto, que llamaremos “abierto” será mucho más rico estéticamente hablando, ya que como diría Sánchez Mora citando a Iser “la lectura únicamente es placentera cuando es activa y creativa”.
[28]Si aceptamos que, por definición, un texto es una máquina perezosa que espera que el lector “rellene” de significado ciertos huecos dejados por el autor, la clave del éxito del texto (muy especialmente del texto de divulgación científica que, además de todo tiene una fuerte responsabilidad con los hechos empíricos de la cual carece, por ejemplo, la literatura fantástica) estriba en que “el divulgador sea consciente de cuáles huecos son llenables por el lector y de cuáles no lo son”.
[29]Obviamente, no existe ninguna receta milagrosa que le permita al divulgador ser capaz decidir que parte de su discurso debe ser explícito y que parte puede dejarse a la interpretación más o menos libre del receptor. Sin embargo, el sólo hecho de plantearse tal dilema, es sin duda una práctica enriquecedora para cualquier divulgador potencial.
El texto de divulgación científica es, como decíamos más arriba, un auténtico puente entre ciencias y humanidades, no solamente por que tiene como finalidad principal reducir loa distancia entre ambos campos del conocimiento, sino por que para ser efectivo, requiere de una gran habilidad para combinar los conceptos propios de la ciencia con herramientas tan típicamente humanísticas como el análisis de textos.
[1] Kainz, Friedrich. La esencia de lo estético. Aparecido en Antología de textos de estética y teoría del arte. Dirección General de Publicaciones UNAM. México D.F. 1972 pp 27
[2] Tampoco es mi intención sugerir que el trabajo del investigador “puro” o del tecnólogo estén exentos de emoción estética, proposición por demás incorrecta. como he tenido la oportunidad de constatar personalmente en más de una ocasión.
[3] La maestra Ana María Sánchez Mora, especialista en el estudio de la divulgación se pregunta con un cierto dejo irónico “¿cuántos lectores de Paul de Kruif se han vuelto biólogos, por ejemplo?”. Tendría que admitir que aparte de mí, no conozco a ningún otro.
[4] Entendiendo por placer estético el producido por la contemplación desinteresada, es decir, como un fin en sí misma, análoga a la del tercer hombre paseando por el bosque en el ejemplo de Kainz.
[5] El nombre de la conferencia es Science, delusion and the appetite for wonder y puede encontrarse una trascripción de la misma en la dirección electrónica:
http://www.edge.org/3rd_culture/dawkins/lecture_p1.html[6] La traducción es mía, por lo cual temo no poder dar una idea adecuada de la elegancia de la cuidada prosa de Mr. Dawkins.
[7] E incluso le dedica un excelente artículo llamado Mozart y la modularidad en su libro Ocho cerditos.
[8] Y, como no, también de El gen egoísta de Dawkins.
[9] Citado por Sánchez Mora, Ana María. La divulgación de la ciencia como literatura. Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM. México D.F. 1998. pp 64
[10] Reyes, Alfonso. Literatura en pureza y literatura ancilar. Aparecido en Antología de textos de estética y teoría del arte. Dirección General de Publicaciones UNAM. México D.F. 1972 pp 310
[11] Ramos, Samuel. Valores estéticos. Aparecido en Antología de textos de estética y teoría del arte. Dirección General de Publicaciones UNAM. México D.F. 1972 pp 173
[12] Sánchez Mora, Ana María Op. Cit. pp 106.
[13] Sin que ello implique necesariamente que el estudio de la divulgación desde el punto de vista estético mágicamente transforme a nadie en un buen divulgador, de la misma manera que el hecho de estudiar teoría literaria no necesariamente significa que se es un buen escritor, como ya lo ha apuntado Ana María Sánchez.
[14] Eco, Umberto. Los límites de la interpretación. Editorial Lumen S.A. Barcelona 1998 pp 36.
[15] Geertz, Clifford. El antropólogo como autor. Ediciones Paidós Ibérica S.A. Barcelona 1989 pp 12.
[16] Sánchez Mora, Ana María Op. Cit. pp 74.
[17] Silva, Ludovico. El estilo literario de Marx. Siglo XXI Editores. México D.F. 1971. pp 4
[18] Silva, Ludovico Op. Cit. pp 6
[19] Eco, Umberto Apocalípticos e integrados Editorial Lumen S.A. Barcelona 1968 pp 114-115.
[20] Sánchez Mora, Ana María Op. Cit. pp 150-151
[21] Eco, Umberto. Lector in fabula. Editorial Lumen S.A. Barcelona. Cuarta edición 1999 pp 76.
[22] Este margen de univocidad tenderá a ser menor en ciertas obras de vanguardia con un alto grado de “apertura” como el Finnegans Wake de Joyce, o El Libro de Mermelada de jorge jolmash.
[23] Ibid pp 82
[24] Ibid pp 83
[25] Y no es que la relación maestro-alumno sea peyorativa de por sí, pero la divulgación y la educación científica corresponden a procesos distintos que deben ser abordados cada uno con diferentes métodos y enfoques.
[26] Sánchez Mora, Ana María. Op. Cit. pp 147.
[27] Lector in fabula. pp 84
[28] Sánchez Mora, Ana María. Op. Cit. pp 152
[29] Ibid. pp 156.
Aquí hay una cuestión que me interesa preguntarte, pues no sé si logré entender bien tu planteamiento, es decir, si lo que tratas de decir en tu escrito es que con todo el problema social que acutalmente afecta a todos...
(y que el problema quizás -"hablando en voz alta"- sea que ese sentir afecta individualmente, pues al invidividuo parece poco interesarle cómo afecta a los demás , indiferencia que tiene su explicación histórica, pero no su justificación presente)
...se traduce, pues, en una crisis en todos los sentidos, que al mismo tiempo será creador de fe y esperanza, pero sobre todo de espera (de que una fuerza mesiánica se genere).
si es así, me interesa saber si va por ahí tu discurso, o si acaso es el de Derrida y tú lo expones pero tu opinión es otra... En fin, quisiera que aclaráramos esto que quizás sólo yo no entendí para entrar un poco más en tu tema.
desde mi punto de vista (que no necesesariamente tiene por qué ser compartido), la importancia de marx no estriba en el carácter mesiánico del socialismo, sino en su afan -materialista, aunque el término esté pasado de moda- de analizar la dialéctica concreta de las relaciones socioeconómicas. es obvio que algunos de los planteamientos marxistas necesitan ser revisados (es decir, ha pasado siglo y medio desde entonces y sería absurdo pedirle a un pensador, por muy genial que sea, que se convierta en profeta), sin embargo su explicación de la superestructura a partir de la estructura (y no al revés) me parece que sigue siendo válida.
es evidente que la sociedad globalizada actual está podrida en sus raíces, y lo hermoso del marxismo es que ofrece la promesa de modificarla de manera racional, comprendiendo (y transformando) sus condiciones objetivas.
no creo que el cumplimiento de dicha promesa se base en un acto de fe (en ese sentido, no soy partidario del mesianismo), sino en un acto de voluntad.
Perdón escribí como tres comentarios, sin embargo no salieron publicados y no sè por qué, pero bueno:
Si hay algo que debemos reconocer a Derrida, eso debe ser su buena observación del timpo presente y su intuición del futuro. No podemos observar al autor como un religioso que espera, sino como un fotografo quien descubre. Quizá no nos dice lo que muchos quisieramos escuchar, y tan precoso y concreto como quisieramos, sin embargo sus argumentos trascienden cualquier acción y representan un fundamento para la acción, pero de qué acción concreta hablas estimado Jorge. No son pocos los teòricos que están estudiando actualmente cómo se pueden adherir las ideas marxistas a las democracias contemporáneas y muchos han dejado trás de sí las ideas originarias de Marx. Actualmente el ser humano parece gallina en engorda, se nos bombardea por todos lados para persuadirnos y que pensemos lo que es conveniente... cuál sería la propuesta concreta?...