martes, 19 de febrero de 2008

El violento oficio de informar

Por Mónica Krei

Si hay algo que pueda salvar de la vorágine histérica de la inmediatez y la mera información, al ejercicio del periodismo en Latinoamérica es la recurrente marca de violencia y fuego. El violento oficio de escribir, como lo bautizó Rodolfo Walsh, periodista y escritor desaparecido en la última dictadura argentina, fue y es
practicado por un puñado de valientes escribas de la cotidianeidad. Un puñado de valientes escribas que han dado y siguen dando testimonio en tiempos difíciles. Que se niegan a aceptar las prácticas de la supervivencia periodística: la resignación ante las modalidades de la censura o la autocensura, el miedo fundado en las amenazas, las
agresiones físicas, los chantajes, las extorsiones como lo sucedido a Santiago Leguizamón un puñado de años ha, o lo que desapareció a Enrique Galeano, meses atrás.
¿Cómo comprender el peligroso ejercicio del periodismo de este lado
del mundo?. Desde que ha sido parida esta Latinoamérica, las mutilaciones, el aniquilamiento, la injusticia y el hambre marcaron el compás de su historia y ante este paisaje, algunos escribas de la comunicación han impreso, en tabloides de todos los perfiles, las miserias de su tiempo para el ocultamiento no se vuelva una de las
caras de la mentira. La patota del poder y sus secuaces, siempre dispuestos al gatillo fácil y con la absoluta impunidad, han contribuido a que la libertad de prensa y expresión sean banales y grandiosas letras en los anales de la legislación internacional, que nada tienen de material en su castigo para la realidad latinoamericana y el oficio del periodista.

En el campo de los géneros discursivos, la crudeza y la necesidad de los tiempos que corrían en la década del 60, obligó a que muchos periodistas se valgan de los recursos narrativos de la literatura para plasmar en clave periodística la realidad. Fue así como nació el nuevo periodismo o non fiction novel, de la pluma de Walsh y Truman Capote. Hoy, de la mano de García Márquez o Tomás Eloy Martínez, cuánto alumno de comunicación estudie en Latinoamérica continúa sus pasos en la aprehensión de este género híbrido.
Sin embargo, por encima de la bendita y magna carta constitucional, en cada país de este surrealismo del sur la excesiva denuncia de la injusticia social o la inmoderación en la opinión política o el descomunal retrato de nuestro horror económico han sido acallados, cuando no menos desaparecidos y asesinados, en nombre de la paz interior.
Por eso, a los futuros escribas del futuro incierto del violento oficio de informar, no sólo les queda recordar la muerte de algunos de los escribas caídos en el ejercicio de la profesión, sino también, y desde la honestidad intelectual, empuñar el lenguaje como un fusil ante la infamia de los tiempos que corren.

Pinturas

Juan Carlos Castillo
México - Cracovia

I
Narcoléptico


Lingüística

de los árabes (moros),

que por años luz

del alpinismo

hibernan.


La meta consiste en llegar a la cima de las montañas,

¿Qué hacen los osos durante el invierno?

Miden la fantástica distancia que hay entre las estrellas.



II
Vagos de recreo


Julio Verne,

El lugar de las garzas,

Tímido, Gruñón, Tonto, Feliz, Dormilón, Doctor, Estornudo,

nos gustaba atacar los hormigueros,

en Michoacán

éramos equivalentes a las abejas.

Lluvias bajo la lámpara,

Cuentos de trapo,

El 25 de diciembre

en Filipinas (1986),

El muelle de piedra de Puerto Príncipe

y las pirámides de Egipto,

Un antihéroe porcino

Y la ballena azul...



III
Sin titulo


Las hojas,

y don Leonardo (el jefe de la familia)

en América.

El coreógrafo,

el del tacto

en domingo de ramos.

¿Cómo llamar a la primera parte de un libro?

¿cómo se determina la muerte de las personas?

¿qué brota de un manantial?



IV
Paisaje japonés


Sable,

hierbas,

Japón,

el sol,

La llamada del caballito

o de una mariposa,

dejarse escapar

por la señal que deja una herida.



V
Trío norteño en la alameda


Norte, Centro, Sur y Las Antillas

En Marzo (en honor a él que lleva este nombre).

Viejo Acordeón

de azar (como la lotería),

gravitación,

cólera del tiempo.

¿Qué pierden los árboles en el otoño y recuperan en la primavera?

Aquel de los sentidos que radica en la piel,

el día que acostumbran los cristianos bendecir las palmas.



VI
Conato de lucha libre


En el frente donde los glóbulos rojos

esperan

enfermedades cardiacas;

El barrio de México y Nezahualcóyotl

versus las del Himalaya (todas de mas de 8 m de altura),

-Pido mano- dijo El Rayo en la sangre al abrir la puerta.



VII
Carretera México - Toluca


Grúas del Sur,

Bosque de montaña.

Una flecha a la ciudad de México.

El viaje del descubrimiento de América

y el Hombre a la Luna.

-¿A que se le llama La ciudad de los Palacios?-,

La voz de mi padre frente al ojo en la escotilla,

“José Stalin fue un sanguinario dictador ruso,

mil griegos del dios de los mares”.



VIII
El periódico colgado con pinzas


Petróleo,

el “despertar americano”,

¿Quien tiene fama de ser la mas fiera de las fieras?,

Managua,

En el calor del Boliche

“La paloma

y el león”.

Cuando el fútbol se hace trizas

por la próxima tormenta

tiene la caña de azúcar

tendencia a provocar incendios.



IX
Tormenta interior


¿Qué horas son cuando el Sol pasa por encima de cada meridiano?

La obscura hora en que vienen las miradas.

El mármol de caleidoscopio,

el corazón una colmena.

En la casa de las abejas

Una palabra es la roca

metamórfica más bonita,

elegante y cara.



X
Doña Reforma


Doña Reforma no puede olvidar ese domingo,

“Un destacado jugador brasileño falla un penalti decisivo contra Francia”,

los juguetes infantiles

no se transforman finalmente en gusanas de ceda,

ni se oye tampoco ese cigarra que en todo el mundo se habla.



XI
El compañero Joaquín


"Como murieron

Venustiano Carranza,

Álvaro Obregón,

Emiliano Zapata

y Francisco Villa,

dejé tras el desierto,

la maquina

mas complicada y perfecta del hombre.

Soñé

a la mas grande de las aves vivientes,

articulé los últimos sonidos de la voz.

Y detrás del animal me fui,

en aquel número ordinal de los sesenta.”



XII
Cuatro años bajo la superficie


Abajo

por los brazos del calamar,

aquí, alta la luna

tratan de enroscarse en las constelaciones.

Creo que soy el único que volvió

del mar de las puertas.

Sotavento nocturno,

¿Es el mismo caracol que convirtió

a Andrómeda en mujer dormida?

Morena, mera, sierra,

eres de todos los océanos y desiertos mediterráneos.

Selva, isla de cangrejos, arrecife,

la jarana del capitán.

Que abran las fauces

cien remolinos,

la tempestad,

todos los muelles de Veracruz.

La mancha.

El güiro.

Las quijadas.

La calavera y la tarima.

El billar de La Raya.

Todas aquellas naves

hundidas

en la arena,

la respiración de un farallón

hecho de clavecines y de órganos,

aquel negro del piano,

con un vaso de ron

y todas las rumberas del puerto.

Dadme cárcel en los acantilados del golfo.

Allí donde traen las ballenas sus hijos al mundo.

¿Cómo poder saber en cual de todos los paraderos?

¿En cuál de todos los “parideros”

de caracoles, de laúdes lloronas y de sal?

Aquella caverna mágica

en lo profundo de un atlantic murex,

alfombra de toallas y dunas pardas.

Bufar de ballenas

Bufar de las olas

Bufar del monstruo marino

encadenado bajo las rocas.

Naufrago ebrio,

mira nuestra historia desde el viejo faro,

a veces se revelan en el fondo los destellos

de los frescos en el mar.



XIII
Las ruinas de la academia blanca


La tónica sangre

volando,

en el heroico colegio militar.

Nada dijo aquel científico

quien descubrió que aquella tierra

atrae los cuerpos hacia su centro.

El transportador

nunca mas volvió a medir los ángulos,

a su caballo equilátero lo liberó,

y sin decir una palabra se entregó

al penúltimo emperador azteca.



XIV
2900


En el diario “El planeta”

no ven bien de lejos,

bien de salud

no todos lo están,

las personas piden todo por favor.

Frío

en la tierra,

la única hasta ahora

que duerme placidamente.

-¿Cuál es el mejor planeta para vivir? -

Con sus sílabas átonas

100 frailes Juan de Zumarraga

les contestaron:

-En la rueda de San Miguel

las bacterias bailan disfrazadas

de todo lo imaginable-

Seguir el río azul,

el origen de las especies.

Pensando con llegar

para el “nacimiento de las estrellas”.



XV
Sueño con fiebre


Del pavo real

su casa,

de san Ignacio de Loyola

aquel aroma de Damasco,

de la rosa de los vientos

el norte y el este,

de Rulfo

una caja de latidos,

de los tiempos

aquel de los baños sin espejos,

de la península

el ruido de la luna,

de el Sahara

unos ojos negros,

de la columna vertebral

el renacimiento,

de las piedras

la enseñanza,

de la biosfera

el rumor del Papaloapan,

del “Árbol de la noche triste”

el olvido,

del atlántico

un baño en el ojo del peñasco,

de los canguros

el teatro,

de los insectos

la astronomía,

de la muerte

un encierro mas junto al bosque de niebla.



XVI
Tres Ríos


En el ojo el viento es húmedo y caluroso,

la galaxia mas cercana a la vía láctea,

En las horas que hay en un año

la música de ayer abraza aun

la retina y el iris,

las nubes de tres ríos

se escriben en un papel pautado

a la velocidad

con que se propaga el sonido,

enamorados del aire

van los aviadores,

las alas de un coleóptero

perdido en los adverbios de tiempo.



XVII
El país purhepecha


Busca sus huellas donde duerme el niño volcán,

nombre indígena y antiguo que se traba en la lengua,

sueños bien habidos al cobijo del tejamanil,

perros que ven películas en blanco y negro,

buenos jardineros que extienden sus brazos,

el izquierdo señala hacia donde sale el sol,

el derecho hacia el océano mas profundo

donde anidan las tortugas,

son manecillas de reloj.





XVIII
Pinturas en las paredes


29

de Aztlán,

ciudad “victoria”,

Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y Rufino Tamayo,

por las hojas

Admiraciones,

por las horas

donde respiran las plantas.

Los días

que tiene el mes de febrero

en año bisiesto,

son para sueños inmensos.

Hijos No Deseados

Fotos : Mirna Campos
Texto : jorge jolmash

De nada nos sirve seguir con los ojos vendados. Ahí están; en la calle, en los parques, en la intimidad de nuestras propias casas. Nos miran, a lo mejor sin vernos, igual que nosotros a ellos; y aunque ni ellos ni nosotros nos hayamos dado cabal cuenta, un lazo definitivo como cordón umbilical nos une en más de un sentido. Una cosa si es cierta, de algún modo nos pertenecen, pues aunque no son necesariamente el producto de nuestros vientres, la irresponsabilidad de nuestros actos y nuestra bien intencionada negligencia han contribuido a crearlos. Ellos son los que Umberto Eco, en su libro El Nombre de la Rosa, identifica con los leprosos “para que pudiéramos comprender esta admirable parábola, y al decir <> entendiéramos <>”. Aquellos que Mirna Campos (Santiago Tuxtla Veracruz, 1978) ha preferido llamar hijos no deseados, reconociendo nuestra paternidad – como individuos y como sistema – y obligándonos a reconsiderar nuestras responsabilidades para con ellos.
Alguna vez dijo Nietzsche: “Si quieres mejorar a alguien, hazle un retrato favorable”, frase que el poeta Gabriel Zaíd reinterpretó como “si quieres que alguien llegue a ser, reconócelo". El trabajo de Mirna Campos hace justamente ambas cosas, sin olvidar que ya alguno de estos hijos no deseados, los mejores sin duda, han comenzado a reconocerse a sí mismos y planean – utópicos incurables – construir un mundo donde puedan reinventarse día con día, y transformarse en hijos de sus propios deseos.






















Estética y divulgación científica

Jorge Suárez Medellín

Como ya habíamos señalado en un artículo publicado previamente en esta misma revista, la cada vez mayor acumulación de conocimientos especializados tanto en el ámbito científico como en el humanístico, ha tenido como consecuencia lo que el químico y escritor inglés C.P. Snow definió como “el problema de las dos culturas”. Dicho problema, no es otra cosa que la aparente incompatibilidad existente entre quienes recibieron una educación “humanística” y quienes han optado por una profesión “científica”. En realidad, la incomunicación cultural no es un problema solamente entre científicos y humanistas, sino entre cualquier grupo de especialistas (sea cual fuere su campo de trabajo) y el resto del mundo.
Ahora bien, como no se trata solamente de diagnosticar problemas sino de proponer soluciones aplicables, nuestro planteamiento es que la famosa brecha de las dos culturas podría –y debería- reducirse gracias a la divulgación científica (o en su caso, divulgación humanística, musical, o hasta futbolística, dependiendo del grupo de especialistas que quiera hacer accesible su particular “cultura” a otros). De hecho, podemos considerar a la divulgación científica como un auténtico puente entre la cultura científica y la cultura literaria. El presente artículo pretende evidenciar una de las características que la divulgación de la ciencia comparte con la literatura y las artes; su vocación estética.
Dada la naturaleza del tema que a continuación trataremos, voy a tomarme la libertad de citar una historia narrada por el filósofo vienés Friedrich Kainz que, aunque escrita en un contexto bastante distinto al nuestro, muy bien puede ayudarnos a entrar en materia:
“Supongamos que tres hombres recorren un bosque” – dice Kainz – “Uno de ellos es botánico. La belleza del bosque le es indiferente; lo que busca en los árboles y en las plantas, al examinarlos, es una visión teórica de su morfología, de la fisiología general y sistemática vegetal; toda su preocupación se dirige a ver las cosas tal y como ellas son en sí mismas. Su actitud obedece a un punto de vista teórico-intelectual. El segundo de los tres hombres de nuestro ejemplo es un leñador: ha recibido orden de entregar una determinada cantidad de madera, y examina los árboles buscando los más adecuados para cortarlos y sacar de ellos la madera que debe suministrar. El punto de vista de este segundo personaje es absolutamente práctico. El tercero es un excursionista, entusiasta de la naturaleza. No ha venido al bosque tratando de enriquecer sus conocimientos ni su visión teórica; tal vez no sabe siquiera – o si lo sabe, no se preocupa de ello – si los árboles que tiene delante son pinos o abetos. Le tiene sin cuidado, asimismo, el aspecto económico-material del bosque. Lo único que en él busca es contemplarlo, recrear su mirada. No mira, por decirlo así, por encima del bosque, hacia otros objetivos, sino que deja que su mirada se pose amorosamente en él complaciéndose en contemplarlo con despierta y profunda sensibilidad. El suyo es el punto de vista estético”.[1]
He elegido la cita anterior a pesar de su extensión, por que las actitudes con las que los tres hombres se acercan al bosque son análogas a las tres actitudes distintas con las que nos podemos acercar al estudio de las ciencias. Trataré de explicarme mejor. El enfoque del primer hombre, el botánico interesado en el conocimiento teórico del bosque por sí mismo, corresponde al del estudioso de las ciencias puras en general. La visión del leñador, preocupado principalmente por el aprovechamiento pragmático de los recursos del bosque, corresponde al tecnólogo practicante de las ciencias aplicadas. Finalmente, la motivación estética del tercer hombre, es quizás la que más le va al divulgador, quien después de todo sería incapaz de compartir con el público su pasión por la ciencia, si no estuviera él mismo cautivado por la belleza intrínseca de su campo de estudios. Con esto obviamente no quiero decir que no existan o no deban existir en el divulgador científico preocupaciones teóricas o prácticas[2], sin embargo, es innegable que una gran cantidad de los actos divulgatorios más exitosos, serían imposibles de comprender plenamente sin tomar en cuenta una fuerte motivación de índole estética.
A continuación exploraremos algunos aspectos de la divulgación científica en tanto hecho estético, pero antes de pasar más adelante quisiera hacer una aclaración al respecto. Un lector atento puede notar que la mayor parte de los argumentos aquí utilizados, presuponen que la divulgación se lleva a cabo en forma de texto escrito, como una actividad comparable a la literatura. Obviamente ese no es el único enfoque estético que puede aplicarse a la divulgación científica, pero es sin duda aquel del cual tengo más cosas que decir, tal vez debido a que mi práctica como divulgador se ha dado en ese sentido.
De cualquier manera, casi todas las consideraciones con respecto a la divulgación científica en tanto literatura, son perfectamente aplicables a otras formas de divulgación, ya sea por que en alguna fase de su desarrollo requieren de un guión escrito – como el caso del video o las conferencias – o por que implican la interpretación de un texto, aunque no necesariamente en forma verbal, como en el caso de un cartel gráfico.
Una de las características que distinguen a la divulgación de la ciencia de la educación científica formal, es que la primera carece de un fin instrumental definido. Aunque tradicionalmente se ha dicho que uno de los objetivos de la divulgación es despertar la vocación científica de los jóvenes[3], pensar que ese es el único fin de esta actividad implica considerarla como una empresa bastante ineficiente. Dado que no todo el mundo tiene una inclinación natural a dedicar su vida profesional a la investigación científica (cosa que, francamente tampoco sería deseable, aunque sólo fuera por mantener una saludable división del trabajo), se podría pensar que aquellos que leen Historia del tiempo, sin intenciones de seguir los pasos de Stephen Hawking, están justamente perdiendo su tiempo. Por otra parte, creo que nadie en su sano juicio pensaría que la única razón para leer Crimen y castigo es la esperanza de despertar una vocación literaria.
Así que ¿cuáles son entonces las razones para hacer divulgación científica (o disfrutar de ella)? Al parecer existen tantas respuestas para esta pregunta como divulgadores potenciales, sin embargo un muy buen motivo para divulgar, es el placer estético[4] que la divulgación cuando está bien lograda puede producir tanto en el receptor como en quien divulga.
En una conferencia leída por Richard Dawkins en el canal de televisión de la BBC de Londres, se recordaba la historia de un maestro de clarinete que le había enviado una carta diciéndole que su “único recuerdo relacionado con la ciencia en la escuela, había sido un largo” (y suponemos, aburrido) “periodo estudiando el mechero Bunsen”.[5] La respuesta de Dawkins a ese comentario fue la siguiente: “Hoy en día es posible disfrutar de un concierto de Mozart sin necesidad de poder tocar el clarinete. Puedes ser un crítico de conciertos bien informado sin ser capaz de tocar una sola nota. Por supuesto que la música se estancaría si nadie aprendiera a tocarla. Pero si todo el mundo dejara la escuela pensando que tienes que tocar un instrumento para poder apreciar la música, piensa en cuántas vidas se empobrecerían”... “¿No podríamos tratar a la ciencia de la misma manera?”[6] La solución propuesta por Dawkins es ofrecer “mecheros Bunsen y agujas de disección para aquellos interesados en la práctica científica avanzada”, y “clases de apreciación científica” para todos los demás.
La comparación entre el disfrute de la ciencia y el disfrute de la música clásica no es del todo arbitraria. Stephen Jay Gould (quien por cierto no es precisamente famoso por estar siempre de acuerdo con Richard Dawkins) también es admirador de Mozart[7] y cita constantemente sus composiciones, sin embargo para quien no ha tenido una educación musical adecuada, podría ser difícil distinguir entre el Der Hölle Rache kocht in meinem Herzen cantado por la Reina de la Noche en la Flauta Mágica, y los gritos de una tía con dolor de muelas. Esto se debe a que para disfrutar de la Flauta Mágica, resulta de gran ayuda (aunque ciertamente no es indispensable) tener una cierta familiaridad cultural previa. Otro tanto podría decirse de la Tierra Baldía de Eliot, del Guernica de Picasso y de muchos otros productos de la alta cultura[8]. Obviamente, la única forma de adquirir dicha familiaridad cultural es mediante el trato frecuente con las obras antes mencionadas y sus afines.
A diferencia de lo que ocurre en el ejemplo de Kainz, a quienes les interesa la contemplación de la ciencia no necesariamente les da lo mismo saber si los árboles del bosque son pinos o abetos, sino por el contrario, entre más conozcan el bosque, más oportunidades tendrán de disfrutar de él. Así pues, la divulgación científica es simultáneamente una guía para disfrutar más y mejor de la ciencia por un lado, y por el otro un objeto disfrutable en sí mismo como podría serlo cualquier obra de arte. La divulgación que está bien hecha, se entiende.
Debo confesar que la idea de estudiar a la divulgación científica como a un hecho estético no se me ocurrió a mí (ojalá así hubiera sido), sino que ha sido explorada previamente en el excelente libro La divulgación de la ciencia como literatura de Ana María Sánchez Mora. En este libro, la maestra Sánchez, examina a la divulgación como a un genero literario con todas las de la ley. Dicho con las palabras de Aldous Huxley: “La ‘ciencia popular’ es una nueva forma de arte que participa simultáneamente del libro de texto y el reportaje, el ensayo filosófico y el proyecto sociológico”.[9]
Siguiendo una concepción aristocrática del arte, por desgracia bastante aceptada, se podría pensar que el compromiso de la divulgación con la objetividad científica la excluye de los dominios de la estética. Sin embargo, en el campo de la literatura, es bastante revelador recordar la distinción entre literatura en pureza y literatura aplicada o ancilar propuesta por el Maestro Alfonso Reyes: “En el primer caso, - drama, novela o poema – la expresión agota en sí misma su objeto. En el segundo – historia con aderezo retórico, ciencia en forma amena, filosofía en bombonera, sermón u homilía religiosa – la expresión literaria sirve de vehículo a un contenido y a un fin no literarios”.[10] (Las cursivas son mías).
Ahora bien, no por su cualidad ancilar, podemos negar a la obra de divulgación científica una cierta dimensión estética. Como dice el filósofo Samuel Ramos: “El valor de la belleza es sin duda un valor autónomo que corresponde a intereses espirituales de un orden peculiar, los cuales encuentran su manifestación adecuada en el arte como arte. Lo que constituye un error de las tendencias puristas del arte es pretender excluir radicalmente los valores extraestéticos de la obra” (por ejemplo, el valor de verdad o la cientificidad, en el caso que nos atañe)... “Si, en efecto estos valores son autónomos y tienen su propia dignidad, tal cosa no significa que sean valores solitarios y aislados sin relación con los demás. Todo lo contrario, los valores estéticos están conectados con los otros y su presencia en la obra de arte lejos de disminuir su calidad estética le da mayor vida y humanidad”.[11]
Otro argumento a favor del estudio literario de la actividad científica, y muy particularmente de la divulgación, es que los científicos – al igual que los artistas - “leen” e interpretan eventos y datos, además de que los textos producidos por ellos (ya sean difusión, divulgación o educación) “son tan susceptibles de análisis retórico y lingüístico como lo son las novelas y los poemas”.[12] Con esto, obviamente no quiero decir que el arte y la ciencia sean idénticos e intercambiables, sino que al igual que el análisis sociológico y psicológico han contribuido al desarrollo de la crítica de arte, el punto de vista del análisis estético puede enriquecer sensiblemente el estudio de la divulgación científica[13].
Para hablar propiamente de análisis estético de un texto de divulgación científica, es preciso distinguir entre los dos tipos de interpretación posibles en todo texto, señalados por Umberto Eco en Los límites de la interpretación. En primer lugar tenemos a la interpretación semántica (también conocida como semiósica) que “es el resultado del proceso por el cual el destinatario, ante la manifestación lineal del texto lo llena de significado”. Por su parte, la interpretación crítica o semiótica es “aquella por la que se intenta explicar por qué razones estructurales el texto puede producir esas (u otras alternativas) interpretaciones semánticas”. Parece evidente que para que un texto de divulgación científica funcione como es debido, su interpretación semántica tiene que ser relativamente sencilla para la mayoría de los lectores. Sin embargo, su interpretación crítica puede variar tanto en complejidad como la de cualquier texto literario tradicional. Como dice Eco: “Un texto puede ser interpretado tanto semántica como críticamente, pero sólo algunos textos (en general aquellos con función estética) prevén ambos tipos de interpretación”.[14] Esta condición de prever diferentes tipos de interpretación es cumplida de forma más que satisfactoria por una gran cantidad de textos de divulgación científica, aunque no necesariamente por todos.
Si exceptuamos el trabajo de Ana María Sánchez Mora en materia de divulgación, los únicos dos intentos de interpretar críticamente textos científicos que he podido encontrar hasta el momento, provienen de las ciencias sociales. Por una parte el revelador ensayo El estilo literario de Marx de Ludovico Silva, y por la otra El antropólogo como autor, de Clifford Geertz, en donde se analiza el estilo de Malinowski, Lévi-Strauss, Evans-Pritchard y Ruth Benedict desde un punto de vista retórico. Cabe preguntarse por qué no existe la misma atención para estudiar las metáforas de Richard Dawkins, los giros retóricos de Edward Wilson o la poética de Charles Darwin. Tal pareciera que en las ciencias de la naturaleza es mayor el temor de que “concentrar nuestra atención en el modo en que se presentan los enunciados cognoscitivos mina nuestra capacidad de tomarlos en serio”, o dicho de una forma más cruda: “Exponer el modo como se hace la cosa equivale a sugerir, como en el truco de la mujer partida por la mitad con una sierra, que se trata de puro ilusionismo”[15], miedo por demás absurdo.
Un ejemplo típico de esta falta de aprecio por el estilo literario en las ciencias naturales podemos encontrarlo incluso en un clásico de la divulgación como La relatividad del mismísimo Einstein, en donde dice: “En interés de la claridad, me pareció inevitable que debía repetirme frecuentemente, sin poner la menor atención a la elegancia de la presentación. Me adherí escrupulosamente al precepto del brillante físico teórico L. Boltzmann, según el cual el asunto de la elegancia debe dejarse al sastre y al zapatero”. Hay que decir en defensa de Einstein que no es cierto que se haya apegado del todo al consejo de Boltzmann, ya que como apunta Ana María Sánchez Mora, escribe efectivamente con elegancia, es decir, “su prosa es cuidada en el lenguaje y acertada en la selección de las palabras”. [16]
En contraste con esta idea, tenemos la postura de Ludovico Silva, para quien el desarrollo de un estilo literario, si bien no es frecuente, si es deseable entre quienes se dedican a escribir sobre ciencia (incluyendo por supuesto a los divulgadores). Silva entiende por estilo: “un genio puesto conscientemente al servicio de una voluntad de expresión que no se contenta con la buena conciencia de haber empleado los términos científicamente correctos, sino que la acompaña de una conciencia literaria empeñada en que lo correcto sea, además, expresivo y armónico, y dispuesta a lograr mediante todos los recursos del lenguaje que la construcción lógica de la ciencia sea, además, arquitectónica de la ciencia. Nada pierde la ciencia, y gana mucho en cambio, si a su rigor demostrativo añade un rigor ilustrativo; nada hay que contribuya tanto a la comprensión de una teoría como una metáfora apropiada o una analogía al calce”.[17] Aunque hace especial hincapié en el peligro de “tomar por explicaciones lo que no son sino metáforas, ni a la inversa, tomar por metáforas lo que son explicaciones”.[18]
Una de las características del mensaje susceptible de análisis estético (sin importar si se trata de poesía vanguardista o divulgación científica con “estilo literario” como la mencionada por Ludovico Silva), es que al proponer la propia estructura como objeto de consideración, resulta siempre más complejo que el mensaje referencial común. De acuerdo con Eco, la diferencia estriba en que el autor de un mensaje referencial (que posteriormente definiremos como cerrado), “no se plantea problemas especiales en orden a la selección de los términos: si dos términos, a la luz del código, tienen el mismo significado, poco le importará usar uno u otro; como máximo, por exigencias de la redundancia, podrán ser utilizados ambos, uno para reforzar al otro”. En contraposición, al autor preocupado por el estilo literario el hecho de que dos términos posean idéntico significado no le resuelve nada, pues el sonido de uno de los dos será más indicado para ponerse en relación con otro sonido del contexto, “y de la confrontación de esas dos sonoridades podrá nacer una asonancia que sacuda al receptor y le impulse a asociar dichos dos términos que quizá, a la luz del código, tenían una relación mucho más tenue”. De esta manera, podemos decir que el mensaje con funciones estéticas “no se constituye únicamente como un sistema de significados, derivado de otro sistema de significantes, sino también como el sistema de las relaciones sensibles e imaginativas estimuladas por la materia de que están hechos los significantes”.[19]
Por otro lado, es evidente que no todos los divulgadores alcanzan a desarrollar esa cualidad que, a falta de un mejor nombre, llamamos estilo literario. Para comprender mejor qué es lo que hace que ciertos divulgadores sean capaces de producir un texto estéticamente disfrutable, mientras que otros simplemente expliquen un montón de hechos con consecuencias muchas veces soporíferas en los lectores, propongo que nos adentremos un poco más en el estudio de cómo se interpreta un texto.
Entre las propuestas más interesantes para el análisis de la interpretación de textos se encuentra la teoría de la recepción de Wolfgang Iser, quien va más allá de la noción tradicional de que el significado de un texto se encuentra encerrado dentro del texto mismo y el lector lo único que tiene que hacer es descifrar el código para comprenderlo. Por el contrario, Iser “considera al significado como el resultado de una interacción entre texto y lector, como un efecto que se experimenta y no como un objeto que se define”. Es decir, según este autor “la obra literaria no es ni únicamente texto ni solamente la subjetividad del lector, sino una combinación o fusión de las dos”.[20]
Esta idea corresponde perfectamente con la posición de Eco de que “el texto está plagado de espacios en blanco, de intersticios que hay que rellenar”, y que “quien lo emitió preveía que se los rellenaría”. En ese sentido, todo texto es un “mecanismo perezoso (o económico)” que obliga al lector a construir un significado complejo en base a unos cuantos indicios explícitos, y que “sólo en casos de extrema pedantería, de extrema preocupación didáctica o de extrema represión el texto se complica con redundancias y especificaciones ulteriores”.[21] De hecho, entre mayor sea la importancia de la función estética y menor la de la función didáctica, la iniciativa interpretativa del lector tendrá mayor peso, aunque eso sí, procurando por lo general un cierto margen de univocidad.[22]
Ahora, si bien es verdad que el texto para existir como tal presupone la cooperación de un lector, nada nos garantiza que en dicha cooperación no intervengan interpretaciones aberrantes. Como dice Eco: “la competencia del destinatario no coincide necesariamente con la del emisor”, lo cual es aún más cierto en el caso de la divulgación que, por definición, involucra una cierta incompatibilidad a nivel de código entre el emisor y el receptor.
Ante esa circunstancia, quien escribe el texto puede elegir entre dos posturas alternativas. Por un lado puede tratar de “cerrar” su texto, es decir, de limitar al máximo la variedad de interpretaciones potenciales mediante el aumento en la redundancia y la elección cuidadosa de un destinatario o target concreto (p. ej. niños de primaria, amas de casa, aficionados al tenis de mesa, o cualquier otra categoría por el estilo), del cual - para evitar malas interpretaciones - espera la menor cooperación posible. Los autores de este tipo de textos, según Eco, se las arreglarán “para que cada término, cada modo de hablar, cada referencia enciclopédica sean los que previsiblemente puede comprender su lector. Apuntarán a estimular un efecto preciso; para estar seguros de desencadenar una reacción de horror dirán de entrada ‘y entonces ocurrió algo horrible’. En ciertos niveles, este juego resultará exitoso”.[23]
Se pueden hacer varias objeciones a esta forma de producir textos “cerrados”, aún reconociendo que en ciertas circunstancias puede resultar útil para la comprensión de conceptos científicos. La primera de ellas es que este tipo de texto pierde toda su eficacia didáctica cuando la competencia del grupo de lectores al que va dirigido no ha sido adecuadamente prevista “ya sea por un error de valoración semiótica, por un análisis histórico insuficiente, por un prejuicio cultural o por una apreciación inadecuada de las circunstancias de destinación”[24], evento que es bastante más común de lo que pudiera pensarse, a menos que el emisor conozca personalmente al grupo de receptores al que se dirige, lo cual, huelga decirlo, casi nunca sucede. La segunda objeción a este tipo de textos, y a mi juicio la más importante, es que constituyen una falta de respeto al lector de divulgación, al negar su especificidad y confundirlo con un alumno.[25] Como diría Ana María Sánchez Mora: “El buen divulgador se comunica con un lector inteligente, sea cual sea su edad y su grado de escolaridad”.[26]
La otra postura que puede adoptar el autor de un texto es la de considerar la participación del lector (con todo y sus potenciales interpretaciones aberrantes) como una situación pragmática ineliminable, asumir la gran variedad de interpretaciones posibles y actuar en consecuencia. De acuerdo con Eco, lo único que le queda a este emisor es decidir conscientemente “hasta qué punto debe vigilar la cooperación del lector, así como dónde debe suscitarla, dónde hay que dirigirla y dónde hay que dejar que se convierta en una aventura interpretativa libre”. [27] Este tipo de texto, que llamaremos “abierto” será mucho más rico estéticamente hablando, ya que como diría Sánchez Mora citando a Iser “la lectura únicamente es placentera cuando es activa y creativa”.[28]
Si aceptamos que, por definición, un texto es una máquina perezosa que espera que el lector “rellene” de significado ciertos huecos dejados por el autor, la clave del éxito del texto (muy especialmente del texto de divulgación científica que, además de todo tiene una fuerte responsabilidad con los hechos empíricos de la cual carece, por ejemplo, la literatura fantástica) estriba en que “el divulgador sea consciente de cuáles huecos son llenables por el lector y de cuáles no lo son”.[29]Obviamente, no existe ninguna receta milagrosa que le permita al divulgador ser capaz decidir que parte de su discurso debe ser explícito y que parte puede dejarse a la interpretación más o menos libre del receptor. Sin embargo, el sólo hecho de plantearse tal dilema, es sin duda una práctica enriquecedora para cualquier divulgador potencial.
El texto de divulgación científica es, como decíamos más arriba, un auténtico puente entre ciencias y humanidades, no solamente por que tiene como finalidad principal reducir loa distancia entre ambos campos del conocimiento, sino por que para ser efectivo, requiere de una gran habilidad para combinar los conceptos propios de la ciencia con herramientas tan típicamente humanísticas como el análisis de textos.

[1] Kainz, Friedrich. La esencia de lo estético. Aparecido en Antología de textos de estética y teoría del arte. Dirección General de Publicaciones UNAM. México D.F. 1972 pp 27
[2] Tampoco es mi intención sugerir que el trabajo del investigador “puro” o del tecnólogo estén exentos de emoción estética, proposición por demás incorrecta. como he tenido la oportunidad de constatar personalmente en más de una ocasión.
[3] La maestra Ana María Sánchez Mora, especialista en el estudio de la divulgación se pregunta con un cierto dejo irónico “¿cuántos lectores de Paul de Kruif se han vuelto biólogos, por ejemplo?”. Tendría que admitir que aparte de mí, no conozco a ningún otro.
[4] Entendiendo por placer estético el producido por la contemplación desinteresada, es decir, como un fin en sí misma, análoga a la del tercer hombre paseando por el bosque en el ejemplo de Kainz.
[5] El nombre de la conferencia es Science, delusion and the appetite for wonder y puede encontrarse una trascripción de la misma en la dirección electrónica: http://www.edge.org/3rd_culture/dawkins/lecture_p1.html
[6] La traducción es mía, por lo cual temo no poder dar una idea adecuada de la elegancia de la cuidada prosa de Mr. Dawkins.
[7] E incluso le dedica un excelente artículo llamado Mozart y la modularidad en su libro Ocho cerditos.
[8] Y, como no, también de El gen egoísta de Dawkins.
[9] Citado por Sánchez Mora, Ana María. La divulgación de la ciencia como literatura. Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM. México D.F. 1998. pp 64
[10] Reyes, Alfonso. Literatura en pureza y literatura ancilar. Aparecido en Antología de textos de estética y teoría del arte. Dirección General de Publicaciones UNAM. México D.F. 1972 pp 310
[11] Ramos, Samuel. Valores estéticos. Aparecido en Antología de textos de estética y teoría del arte. Dirección General de Publicaciones UNAM. México D.F. 1972 pp 173
[12] Sánchez Mora, Ana María Op. Cit. pp 106.
[13] Sin que ello implique necesariamente que el estudio de la divulgación desde el punto de vista estético mágicamente transforme a nadie en un buen divulgador, de la misma manera que el hecho de estudiar teoría literaria no necesariamente significa que se es un buen escritor, como ya lo ha apuntado Ana María Sánchez.
[14] Eco, Umberto. Los límites de la interpretación. Editorial Lumen S.A. Barcelona 1998 pp 36.
[15] Geertz, Clifford. El antropólogo como autor. Ediciones Paidós Ibérica S.A. Barcelona 1989 pp 12.
[16] Sánchez Mora, Ana María Op. Cit. pp 74.
[17] Silva, Ludovico. El estilo literario de Marx. Siglo XXI Editores. México D.F. 1971. pp 4
[18] Silva, Ludovico Op. Cit. pp 6
[19] Eco, Umberto Apocalípticos e integrados Editorial Lumen S.A. Barcelona 1968 pp 114-115.
[20] Sánchez Mora, Ana María Op. Cit. pp 150-151
[21] Eco, Umberto. Lector in fabula. Editorial Lumen S.A. Barcelona. Cuarta edición 1999 pp 76.
[22] Este margen de univocidad tenderá a ser menor en ciertas obras de vanguardia con un alto grado de “apertura” como el Finnegans Wake de Joyce, o El Libro de Mermelada de jorge jolmash.
[23] Ibid pp 82
[24] Ibid pp 83
[25] Y no es que la relación maestro-alumno sea peyorativa de por sí, pero la divulgación y la educación científica corresponden a procesos distintos que deben ser abordados cada uno con diferentes métodos y enfoques.
[26] Sánchez Mora, Ana María. Op. Cit. pp 147.
[27] Lector in fabula. pp 84
[28] Sánchez Mora, Ana María. Op. Cit. pp 152
[29] Ibid. pp 156.

domingo, 10 de febrero de 2008

LO QUE EL MAR SE LLEVÓ

Crónica de un terremoto y un tsunami en Pisco, Perú


George Clarke Paliza

Madrid, Octubre 2007


Puesto que mi capacidad para ser original es limitada, tendré que empezar con una reflexión del lugar común: las tragedias son siempre de otros. La muerte, la enfermedad y todas aquellas cosas que leemos con una morbosa curiosidad en los periódicos y en los noticieros sensacionalistas no nos pertenecen, o al menos eso queremos pensar. Tal vez, muy en el fondo, aún creemos que el infortunio es para aquellos que Dios ha abandonado por alguna oculta e incomprensible razón. En cualquier caso, lo primero que hay que reconocer es que la tragedia es común y corriente y está siempre al acecho. Sobrevivirla es cuestión de suerte y tal vez también de ciertas decisiones afortunadas y la simpatía de algún viejo dios del derrotado politeísmo antiguo. De existir dioses y de creer en ellos, yo siempre me hubiese declarado politeísta.

Es curioso decir que fue afortunado que yo estuviese en Pisco aquel miércoles 15 de agosto del 2007 en la tarde, pero es comprensible dado que mis padres viven solos en una hermosa casa frente al mar en San Andrés y al menos pude ayudarles cuando la tierra tembló y el mar se salió. Pude escuchar el estruendo previo al terremoto que también he oído muchas veces en anteriores temblores, pero siempre pensamos que éste no será «el grande» sino solamente otra pequeña sacudida en la siempre inestable superficie del planeta. Me quedé parado bajo el marco de la puerta más cercana, lugar que siempre entendí es uno de los más seguros. Si se cae la pared al menos quedará el marco de la puerta. Pero el temblor no paraba y ya parecía haber dejado de ser un modesto temblor para ser algo que llaman terremoto y que yo nunca había experimentado antes; algo que había construido a partir de abstracciones teóricas aprendidas de los libros de historia y geología y de una visita fugaz a Yungay hace ya muchos años. Recuerdo que tomé algunas buenas fotos al viejo autobús escolar que aún sirve de testimonio de la destrucción de aquel pueblo serrano. También he oído sobre un gran terremoto en Lisboa en 1755 que también tuvo mucha prensa por ser tema de muchos intelectuales de la época, incluyendo al viejo Voltaire (obviamente, también he oído hablar de otros grandes terremotos más recientes, pero estos sucesos son olvidados rápidamente por ser noticias contemporáneas, y como tales, son víctimas de la trivialización de la información debido a la conocida superficialidad con que asumimos las tragedias cotidianas en el mundo globalizado). En fin, fue mi primer terremoto con tsunami incluido y sobrevivirlo me da el derecho a contarlo desde mi propio e irrelevante punto de vista, como cualquiera.

En caso se pudiera juzgar a la Tierra por sus violentos e inesperados movimientos, habría que recriminarle sobre todo por moverse de noche. Apenas comenzó el terremoto hubo apagón. En la oscuridad sentía la tierra moverse mientras me aferraba como podía al marco de la puerta. Se escuchaba el ruido de objetos cayendo y haciéndose añicos en el piso; botellas, adornos y todas esas cosas que forman parte del escenario cotidiano y que por ello precisamente ya no vemos hasta que están rotos en el piso. Todo lo nuevo debe dejar su condición de novedad hasta pasar lentamente a lo habitual y cuando nos habituamos a las cosas ya no las vemos, tal como nunca recordamos el color de la casa del vecino, ni nos importa. La única ventaja del terremoto de noche es la visión del famoso resplandor en el cielo. He leído algunos artículos científicos sobre el fenómeno y al parecer aún no se tiene una explicación definitiva. Como estuve dentro de la casa no vi las luces y tampoco las he visto luego en Internet, tal vez porque me molesta ver una reproducción tan pobre. Hay cosas que no deben verse si no es en su verdadera dimensión. Cabe imaginarse el terror y las apocalípticas interpretaciones de nuestros antepasados ante la contemplación de las luces en el cielo mientras la tierra se sacudía. No hay duda de que tal comportamiento permite presagiar el fin del mundo. Es curioso, si el mundo algún día se acabara, me gustaría estar ahí, sólo como espectador, de esos que se quedan respetuosamente sentados en la butaca hasta que desaparecen los créditos en la pantalla.

Cuando el movimiento por fin terminó busqué velas y nos juntamos todos, mis padres y mi sobrina de dieciocho años. Nadie resultó herido y la casa no parecía haber sufrido mayores daños. El piso de la cocina estaba mojado con botellas rotas de pisco, vodka y otras bebidas similares. Nos reunimos todos en la sala como lugar de reunión para emergencias. Curiosamente, la sala es el lugar de la casa que menos usamos y nos pareció apropiado utilizarlo en este caso, dado que era algo grave y nuestra sala siempre se ha usado para reuniones de cumpleaños, Navidad y otros eventos serios e inevitables. Entonces llegó el mar por debajo de la puerta. Primero despacio pero a paso decidido, sin previo aviso ni permiso; luego más rápido y con una fuerza descomunal. Subimos corriendo todos al segundo piso para ponernos a salvo. Afortunadamente, hace muchos años mis padres tuvieron la buena idea de construir la cocina y el comedor en el segundo piso, ya que sabemos bien que la cocina es el centro social de la casa. Desde el balcón pudimos observar aterrados cómo el mar invadía el jardín, tumbando el muro exterior entrando a la casa destrozando las puertas y las ventanas a su paso. Por las noticias de anteriores tsunamis habría esperado una ola gigantesca que debería barrer todo en su camino, pero en este caso no hubo colisión con una ola gigante sino una rápida marea alta, es decir, el mar subió de nivel a una velocidad increíble y naturalmente la presión que ejerce tal masa de agua es capaz de derribar cualquier obstáculo. El mar inundó la casa hasta más de un metro de altura destruyendo los muebles y la valiosa e irreemplazable biblioteca científica de mis padres. Recuerdo haber ayudado a mi padre a escapar del agua que se metía bajo la sala mientras él se preocupaba por salvar primero sus cigarrillos y su vaso de pisco que pensaba merecían acompañar tal evento. Yo insistía en que dejara todo porque no era importante, pero él insistió (perdiendo valiosos segundos) y ahora entiendo que eso, aunque suene trivial, sí tenía una importancia difícil de entender. El imperio de las formas y los conceptos puede ser tan tiránico como el mundo de los hechos. Lo cierto es que las formas y los significados tienen algo indescifrable e indescriptible que escapa al mundo fáctico, y precisamente quizás sea esta parte la que hace que podamos poner nuestra vida en peligro por pensar en salvar aquel conjunto de objetos imprescindibles que nos permiten encontrar seguridad en un mundo impredecible. Desde la escalera pude ver el agua entrando y luego retirándose llevándose cientos de pequeños objetos flotantes al mar abierto. Recuerdo haber salvado absurdamente algunos libros en el camino, como si eso pudiese remediar en algo la grandiosa destrucción en el interior de la casa. Desde el balcón veía el mar en el jardín. Fue una imagen surrealista que nos recuerda aquel cliché que sostiene que la realidad supera la ficción. Es curioso, no creemos estas cosas hasta que las vemos. Mientras observaba el mar en el jardín de mi casa también sentí el miedo a lo impredecible. Por teoría sabía que el mar no subiría hasta el segundo piso, y con aquel argumento intentaba tranquilizar a mi familia, pero en realidad nunca se sabe...

A pesar de todo hubo belleza en aquella tragedia. La contemplación del mar en el jardín; la unión de la tierra con el mar; la sensación de convertirse en una isla o en un barco naufragado. En el jardín hay una cola de ballena de tamaño natural que se hunde en el pasto, como si éste fuese un mar verde. Una escultura que hice hace muchos años en cemento para mis padres, ambos biólogos marinos especializados en ballenas. Ahora, por primera y probablemente única vez, la ballena había nadado en el mar; el mar se había acercado hasta rodearla y esta imagen era indudablemente estremecedora. Recordaba la vieja teoría sobre lo sublime de Kant, aquélla que decía que lo sublime se aprecia cuando vemos fuerzas de la naturaleza que no podemos controlar; esa contradictoria sensación de agradable abandono ante lo inevitable. Pero la belleza de aquella fuerza ciega y brutal sólo puede apreciarse cuando somos espectadores, cuando nuestra propia vida no corre peligro. En este caso no pude apreciar plenamente esa belleza porque formaba parte del todo y estaba demasiado comprometido con el peligro de lo real.

Aquella noche nadie durmió pues las réplicas se sucedían casi cada diez minutos. De nuevo, teóricamente yo sabía que las réplicas siempre eran menores que el terremoto inicial, así que confiaba en que sus consecuencias no serían tan comprometedoras. Bajé con una linterna en la casa para evaluar los daños y para buscar además colchones secos, almohadas y algunas cosas básicas para acampar en el segundo piso. Realmente la casa parecía un naufragio. Era imposible no ver cierta ironía en el hecho de que mis padres eran estudiosos del mar y que el mar de repente decidiera un día destruir los libros y las cosas que habían escrito sobre él. Desde entonces acampamos arriba y recuerdo que mi padre, que tiene ochentiocho años, se negó a dormir sobre el colchón en el piso porque hacerlo significaría arrugar su terno. Durmió sentado en un sillón de paja durante dos noches consecutivas para conservar nuevamente la pureza de las formas. Reconozco una extraña envidia y admiración en esa capacidad para mantener las formas en casos tan extremos. Yo, que siempre he pensado que gozaba de lo que Nietzsche llamaba «el pathos de la distancia» ─cierta distancia estética ante las cosas que me permitía aguantarlas─; que alardeaba de cierto cinismo estético que me alejaba del sentido de compromiso con lo real, había pasado a pertenecer a la simple, inmediata y dura realidad. La seriedad con la que mi padre se negaba a dormir sobre el colchón por temor a estropear su terno revelaba en este caso, no un vanidoso e inmaduro cinismo estético ─como podría ser el mío─, sino un auténtico posicionamiento estético del mundo que ya ha superado toda presunción. Es interesante descubrir que existe gente que sin ser artista en un sentido académico tiene una visión mucho más estética del mundo que muchos artistas de formación.

La realidad se dejó ver al amanecer. El jardín sin pared se extendía hasta la calle; las plantas terrenales se mezclaban con la flora marina; extrañas criaturas marinas yacían varadas sobre la yerba quemada por el agua salada; indescriptibles masas amorfas ─que luego descubrí eran huevos de pescado─ se enredaban con los objetos que el mar abandonó. Al lado de la casa una gran lancha estacionada en la puerta como si fuese un automóvil. Fue cuestión de suerte que esa lancha no hubiese entrado unos metros más hacia la derecha. El mar se veía por todas partes, imponente, decidido e insolente, pero ya en su sitio. Luego llegaron familiares y amigos que acudieron trayendo víveres y todo tipo de ayuda imaginable. Indudablemente éramos damnificados privilegiados. Nuestros amigos nos traían también noticias sobre la destrucción en Pisco. Paradójicamente, nosotros que habíamos vivido el fenómeno en primera persona éramos los menos enterados de lo que había sucedido alrededor. Lejos, protegidos en sus casas y sobre tierras menos movedizas, la gente veía las imágenes de la destrucción en el televisor y tenía más datos de las consecuencias que nosotros, damnificados en la casa inundada. Mis padres y mi sobrina fueron evacuados a Lima y me quedé en la casa con mis hermanos y mi cuñado para dedicarnos a la tarea de sacar toda el agua estancada y retirar los escombros, que eran en realidad casi todas las pertenencias de la casa. Durante aquellas dos semanas atrincherados en casa pude observar cosas interesantes sobre el comportamiento del ser humano en caso de emergencia. Quizás lo más obvio y celebrado es el sentido de solidaridad ante la desgracia ajena. Pero al cabo de unos días vi que esa solidaridad se desvanecía lentamente, como si cuando vemos que la gente ya tiene algo que comer y beber y no está tan mal decidimos que ya no es necesaria más ayuda (y pensamos ¡búscate la vida!, como dicen en España). Inevitablemente, porque somos humanos, volvemos a nuestro egoísmo habitual. Esto no es ningún reproche sino una observación objetiva de la naturaleza humana (suponiendo que tal cosa exista y fuese además objetiva).

Sin duda, los peores días fueron los primeros inmediatamente después del terremoto. Una ciudad sin Estado vuelve, tal como había sentenciado Hobbes, a la guerra de todos contra todos. Sin Estado se regresa a una situación salvaje. Lo más temible era la idea de ser saqueados o asaltados por bandas de delincuentes. Si las cosas se ponían muy feas teníamos la posibilidad de cerrar la casa y ser evacuados todos en avión a Lima, pero la consigna era atrincherarnos en la casa y defenderla hasta donde sea posible. Además teníamos un perro y seis gatos que cuidar y abandonarlos era impensable. Pero la amenaza era tan real que tuvimos que esconder nuestras billeteras y documentos en los lugares más absurdos que cabía imaginar. Felizmente la turba nunca visitó la casa. Tres días después del terremoto dos hombres nos visitaron en un viejo escarabajo Volkswagen preguntando por mi familia. Eran empleados de una fábrica textil en Pisco cuyo dueño era el padrastro de una amiga mía. Ella había enviado a aquellos hombres a preguntar sobre la suerte de mi familia y si es que necesitábamos alguna ayuda. Les pedí una carretilla y lampas para la limpieza de los escombros. Me dijeron que debía acompañarlos a la fábrica para sacar la carretilla y las lampas. Subí al asiento trasero del beetle y al llegar al límite entre Pisco y San Andrés vimos un grupo de gente que intentaba detener los automóviles para quitarles los posibles víveres que podrían llevar. Luego me enteré de que los dos hombres eran ex policías y trabajaban como guardias de seguridad para la fábrica del padrastro de mi amiga. Ambos sacaron sus pistolas automáticas y realizaron varios disparos al aire para dispersar a la pequeña turba que intentaba interrumpir nuestra marcha. Fue la primera vez que veía y oía disparos a tan corta distancia. Recuerdo aún el golpe seco y el violento culatazo de las pistolas tras los disparos; la expresión de temor y decepción en las caras de nuestros frustrados asaltantes. En el momento de los hechos todo parece irreal, es sólo un rato después que es posible asimilar el peligro real de la situación. Decidí no pensar demasiado en la escena hasta llegar a salvo a casa. Detrás de la precaria seguridad de nuestra artificial vida civilizada vivir sigue siendo una tarea peligrosa e incierta.

Dos semanas de limpieza profunda, de vida de obrero. Había que levantarse con el sol y acostarse temprano a la luz de las velas porque de noche no se podía hacer nada. Dos semanas sin lecturas, sin música, sin duchas, sin teorías ni abstracciones. El cuerpo sucio y la barba creciendo como un náufrago. Hay que bañarse cada tres días con balde y como gato. Me preguntaba qué tanto se tiene que dejar de hacer para perder la dignidad y en realidad qué tanto importaba perderla (porque definitivamente, si la pierdes es porque ya ha dejado de ser importante). Unos días para retornar obligatoriamente al tiempo de los ciclos naturales, a escuchar de nuevo el sonido del mar y del viento. No puedo sino pensar en un amable retorno romántico a la naturaleza, pero más que esa visión rousseauniana del buen salvaje, había algo mucho más profundo; había sentido en carne propia la oposición entre lo inmediato y lo mediato. Esos días de trabajo físico ininterrumpido habían servido de nexo indisoluble con la realidad inmediata, dura y descarnada. El mundo real golpeando en la cara en cada instante. Antes, yo, como muchos otros, podía vivir en el cómodo mundo de lo mediato, interponiendo entre ese mundo demasiado real, mis lecturas, mi música, mis ideas y absurdas teorías. En alguna parte leí que el viejo Goethe decía que «el hombre de acción es siempre inconsciente, nadie tiene consciencia, salvo el que observa». La cita intenta explicar la vieja oposición entre la acción y la reflexión. Actuar en el mundo exige cierta necesaria falta de reflexión sobre lo actuado, la reflexión sólo viene después; en este sentido también se instala lo inmediato como acción y lo mediato como reflexión. La paradoja también me trae a la mente la metáfora de un antiguo profesor de filosofía quien me explicó que la oposición entre el hacer y el pensar era fácilmente comparable con el baile. Bailar de verdad exige un dejarse llevar, un estado de abandono mental para dejar paso al cuerpo y la música; pero cuando estamos preocupados por nuestros movimientos y estamos pensando si lo estamos haciendo bien o si estamos haciendo el ridículo, entonces ya no bailamos. Estamos pensando sobre lo que hacemos y al hacerlo finalmente no estamos haciendo nada. Esta metáfora siempre me gustó porque he sentido tantas veces estar haciendo cualquier cosa en una pista de baile menos bailar. Sin embargo, al menos puedo decir que en mi vida he realmente bailado dos veces, que no es mucho pero al menos ahora sé que soy un hombre que baila (lo que no es poca cosa, y por supuesto, ¡nadie me quita lo bailado!). En todo caso, como decía, tenemos el lujo de vivir en nuestra burbuja, cómoda y apacible, hecha, claro está, a nuestra justa medida. Debo dejar claro que tal mundo artificial es necesario y plenamente justificado, pero de cuando en cuando creo que es sano retornar a esa realidad física irreductible que, libre de toda refinada corrección política, nos dice cómo son las cosas a la cara sin contemplación alguna.

Ah, el Estado. Pobre. Recuerdo como, en los oscuros años ochenta, nos exigía pintar la fachada de la casa en Fiestas Patrias y nos ordenaba colocar una bandera peruana en el techo. Recuerdo sin nostalgia alguna los desfiles militares de la ahora destruida avenida San Martín y cómo, cuando fui colegial, tuve que pararme durante horas bajo el sol para pasar unos segundos marchando con insignificante gallardía delante de la tribuna de honor. Días de escarapelas y guantes blancos. La ceremonia era larga, solemne y gris como el cielo invernal. ¡Cuántas pomposas tonterías nos obligaban a hacer en aquellos tiempos! (y sin duda, ahora las seguimos haciendo). Pero el Estado pasó muy pocas veces por delante de nuestra casa sin muro exterior, y un día nos preguntamos sorprendidos: ¿y dónde está el Estado? (tal vez más sorprendidos por la formulación de la pregunta que por la misma ausencia del Estado). ¿Dónde estaba ahora todo ese poder estatal, el ilimitado poder de las fuerzas armadas que ocasionalmente surcaba el cielo de Pisco en aviones de combate supersónicos rusos y franceses reventando sin piedad nuestros delicados tímpanos provincianos? Desde el comienzo de la tragedia no contábamos con la ayuda del Estado, ni siquiera imaginado, sabíamos bien que cualquier ayuda llegaría directamente de familiares y amigos cercanos. De hecho, sin la inmediata asistencia de nuestros familiares probablemente hubiésemos muerto de hambre y sed esperando la llegada del bienhechor Estado peruano. Lamentablemente mucha gente si creyó en esa ayuda y la pasó muy mal. Un día nos llegó el rumor de que el Estado no pasaba por nuestra casa con su ayuda porque había decidido que nosotros no calificábamos correctamente como damnificados dado que nuestra casa era grande y seguía en pie. El hecho de no tener pared exterior y estar inundada con agua salada en estado de putrefacción no parecía impresionar demasiado. Al parecer, para ser un damnificado propiamente dicho había que ser muy pobre y no tener casa ni nada. Obviamente, es justo y natural que el Estado ayude primero a la gente que no tiene nada, pero no deja de ser grotesca la discriminación a la que fuimos sometidos por aún tener casa, ser «blanquitos» y no ser suficientemente pobres a pesar de haber perdido prácticamente todos los bienes de la casa. Hay que reconocer, en cambio, que dos días después del desastre, llegó agua en un camión cisterna y un servicio de fumigación que sí fue muy acertado considerando la cantidad de bichos y extraños seres microscópicos marinos y terrestres que habían tomado la casa. Un buen día un vecino nos trajo lo que llamó «nuestra donación por parte del Estado», algo para lo que sí calificábamos sin duda alguna. Traía una bolsa que contenía una frazada, una lata de leche, una lata grande de atún y alguna otra cosa (creo que galletas de agua a granel que no estaban nada mal). Quedé muy conmovido. Por fin el Estado se había acordado de nosotros a pesar de nuestra incapacidad para ser buenos damnificados. Rápidamente decidí apoderarme de la frazada porque por la noche era tranquilizador saber que el Estado peruano me estaba abrigando y protegiendo contra el frío y los impredecibles infortunios y monstruos que dominaban la oscuridad.

Y ahora tendré que citar otro lugar común: los desastres naturales ocurren siempre en los países más pobres. Esto se ha citado mil veces, pero por alguna extraña razón parece ser cierto. Terriblemente cierto. Y recuerden que si bien el desastre del huracán Katrina ocurrió en el país más rico del mundo, ocurrió también en una de las zonas más pobres y olvidadas de dicho país. Recuerdo que durante la primera semana del terremoto un militar de la fuerza aérea de Pisco nos contó que habían llegado incontables toneladas de ayuda internacional al aeropuerto militar pero que lamentablemente faltaban manos para repartir dicha ayuda y sobre todo una mente lúcida para hacerlo inteligentemente. En los desastres futuros deberíamos pedir no sólo donaciones de víveres, ropa y medicinas, sino también personas capaces de repartir las donaciones correctamente. En fin, debemos ser realistas, un país pobre con una estructura estatal obsoleta, burocrática y en quiebra no puede hacerse cargo de un desastre de tal naturaleza. Esto es algo que hemos sabido todos desde siempre. Claro está que con esto no intento excusar la ineptitud del Estado peruano para asistir a sus ciudadanos en desgracia, pero hay que recordar que dicha incapacidad es intrínseca al Estado por formar parte de sus características habituales. De ninguna manera existe alguna razón lógica para esperar alguna milagrosa mejoría en un caso de emergencia. Lo que sí es muy condenable es la demagogia del presidente Alan García ante la irreparable ineptitud de su gobierno. Disfrazar el fracaso con ese obsoleto orgullo del Estado «con buenas intenciones pero lamentablemente pobre pero honrado» sí es de una desfachatez inaceptable.

Sí, reconozco que tuve miedo. Tuve miedo de sufrir una profunda transformación espiritual. Pensé que tal vez ahora cambiaría para ser un hombre distinto, más solidario, más comprometido con la realidad y con los problemas del mundo. En resumen, sentí el temor de convertirme en un hombre bonachón, dócil e inofensivo, o lo que es peor, un santo. Luego pensé que mi cinismo estético había sido barrido por el tsunami y que ya no podría ver el mundo con esa privilegiada distancia estética desde donde los colores son más alegres y hay menos tristeza, fealdad y dolor. Después, al darme de cuenta de tal lamentable posibilidad, comprendí que estaba salvado; la misma preocupación ya revelaba cierta mejoría. Ahora creo que ya me he recuperado y he vuelto a cierta normalidad. Sin embargo, sí ha habido un cambio. Indudablemente, la experiencia me ha obligado a revisar ciertos principios y conceptos que antes pensaba eran importantes. El proceso ha traído como resultado una trivialización a gran escala de muchas cosas que antes se disfrazaban de seriedad, como si el movimiento de tierra y mar hubiese servido para una gran limpieza conceptual. Lo que intento decir es que no sólo fueron las estructuras físicas las que colapsaron con el terremoto y la salida del mar, sino que el movimiento sirvió para derribar un monstruoso edificio de débiles ideas y razonamientos (obviamente, sin cimientos) que había sido construido a partir de temores, dudas, ignorancia, inercia y simple repetición. Creo seriamente que el colapso de tal construcción de debilidad mental y trivialidad es ventajoso para todos. Obviamente, lo que cada uno considera importante o trivial depende de cada caso. En mi caso sólo diré que creo que mantenerse vivo ya es bastante mérito y que entre tanta banalidad creo que tenemos el derecho de elegir las cosas que son importantes y cuáles no. Sabemos que en el mundo no existen valores a menos que los inventemos. El Estado es incompetente y cobarde cuando le toca asumir el mando; teme al individuo y por eso crea valores colectivos para mantener un rebaño bien formado, obediente, sumiso y uniforme. Pues bien, ante eso tenemos el inviolable derecho de crear valores según nuestras propias creencias. Creo que esto es un derecho fundamental del sobreviviente damnificado. En mi caso, el cambio ha significado un retorno al inaprensible valor de las formas y los conceptos; esa fascinante preocupación que no entendía cuando mi padre se negaba a escapar de las aguas sin sus objetos más preciados. Al fin y al cabo, literalmente todo lo que hemos construido se puede perder en dos minutos y medio o se lo puede llevar el mar en una noche oscura. Finalmente, como muchos otros, ahora tengo menos cosas que llevar en la espalda. Pero sin duda lo que queda compensa plenamente y con buen humor todo lo perdido, todo lo que el mar se llevó.

Implosión

Por Sidel Zeissig Milian.


A Vos Madro.

I.
Allá un espejo, tierna horca de las horas
te describe y nos inflama contingentes,
abajo de la fosa divisoria:
oblicua desnudez de tu desdoble,
enjambre tornasol de mis memorias.

-Lluvia, gota, luna de hojas-

Y en los cristales la noche se hace agua:
luz celeste muscular de nubarrones,
blanda espina de los peces voladores.
Como alondra de tus dedos que gravitan
salpicando fumarolas en mis campos,
de erupciones contenidas que se incuban,
con vapores amatistas que me explotan.

-Lentejuela, fosa, grieta angosta-

Sobre una sinfonía de estridores
demudados, blanquecinos, indiscretos,
crepitantes que nos llueven a mil voces
cuando hay frío de no vernos
los dolores.



II.

Asueto de hojas, mariposas, boca roja,
el aire tiene hoy manos tras las gotas.
Y aquí, atrás, una tormenta,
cual anguila fluvial entre mis ojos
llueve y llueve mientras siembra
en mis adentros, erupciones
minerales que desbordan.

Como gárgolas melódicas que pausan
en las olas entre azules receptores
a los dioses que dormitan incrustados
al compás de sus temores y sus dedos,
indigentes/monocordes que desollan
con sus lagrimas el ristre mal bordado
de mis pasos que se arrastran
transgresores.



III.

Silencio abajo en los castillos subterráneos,
donde nacen día a día las crisálidas
entre muescas de colores/carnavales,
que deambulan por los ríos que me brotan,
como ombligos de ceniza que me soplan,
el cordón benefactor que pausa el llanto
de los niños que me muerden
las entrañas.

Silencio arriba en la mejilla del cometa
con sus cruces y sus pupas de madera,
cuando viajan sobre el cielo las sonrisas
de los ojos del rebaño furibundo
cuando bate en implosión
mi sangre erguida,
que te surca entre las venas
y te abriga.

Una Propuesta para Educación a Distancia a partir del Modelo Educativo Institucional.

Por Edna Rodríguez Salas.

Durante el proceso preliminar de reflexión con miras a la elaboración de una Propuesta para Educación a Distancia, a partir del Modelo Educativo Institucional de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, pude constatar, sólo al comparar otros modelos educativos de educación a distancia, que las instituciones universitarias que cuentan con la infraestructura suficiente para abrir espacios educativos a distancia, por lo común, adoptan modelos educativos externos sin una reflexión profunda sobre su propia orientación, sin base en sus condiciones y requerimientos particulares, lo cual se hizo evidente en primera instancia en el discurso, por la falta de personalidad propia de la institución a tratar.

No obstante, uno de los grandes problemas de esto, es decir, de adoptar sin cuestionar un modelo educativo ajeno, es que estas instituciones educativas pasan por alto el carácter autónomo y universal, así como el pensamiento crítico que por principio debe asumir cualquier universidad y sus miembros. Esta situación que resulta sistemática y que refleja un problema de fondo, nos obligó, a quienes somos responsables de la Propuesta para Educación a Distancia, a detenernos un momento para reflexionar sobre lo que queremos y podemos hacer con los recursos tecnológicos con los que la Universidad dispone, y con base en esta reflexión, elaborar un discurso de forma crítica, autónoma y responsable, que no convierta a éste, en un modelo externo y formal, inadecuado a las necesidades de nuestra universidad, del estado de Aguascalientes y del país. Simplemente se trata de hace valer nuestro principio de autonomía con un pensamiento crítico, hacia una acción creativa.


Educación a distancia, por su propia naturaleza, es una modalidad que abre nuevas experiencias pedagógicas y comunicativas que impulsan, de otro modo, el desarrollo integral de los estudiantes, incorporando los recursos tecnológicos disponibles en la práctica y en el proceso educativos, y cuyo sentido responde previamente a los valores que se pretenden fomentar, producto de la reflexión pedagógica.

Esta propuesta busca que las mismas estrategias pedagógicas sean las que orienten el uso de los recursos tecnológicos al servicio de la reproducción de valores que toman por base la concepción del ser humano con facultades genéricas para llegar a ser un hombre integral, y por ende, se concibe la educación como parte esencial de éste, su proceso de transformación, a diferencia de los valores que fomentan solamente una formación a distancia.

Educación a distancia pretende ampliar el panorama de posibles experiencias del ser humano con el apoyo que brindan las tecnologías disponibles, es decir, con la apertura de personalidades distintas, en contextos sociales diferentes, que en conjunto crean una visión plural sobre los cursos a tratar. Al final, esto permitirá que cada quien sea capaz de discernir en la toma de sus propias decisiones a partir de un panorama más amplio, contribuyendo de esta forma en su proceso de transformación como hombres íntegros, autónomos, libres y responsables, defendiendo y transmitiendo sus propios valores en el entorno social en el que viven.

La propuesta para Educación a Distancia reconoce por eso que el lado tecnológico de la educación es necesario para la integración del universitario, pero también advierte que su aplicación no es ni será suficiente para su formación humanista, aunque en efecto contribuya en ella al facilitarle el desarrollo de sus capacidades tecnológicas. La Universidad, por consiguiente, tiene el compromiso ético de humanizar tecnológicamente a los universitarios, proporcionándoles, por un lado, las herramientas y los conocimientos necesarios para adquirir nuevas competencias en el manejo de estas tecnologías, y por el otro, fomentar una postura crítica y ética respecto a su uso.


Además, se busca que los actores de la educación mantengan un equilibrio entre los espacios de reflexión personal y los que son necesarios compartir y socializar, no sólo para la integración de los universitarios a distancia, sino también para la construcción social del conocimiento, lo que en conjunto es un gran desafío en ambientes a distancia.


En efecto, con la fascinación de las constantes innovaciones tecnológicas se da por supuesto que los modos de comunicarnos son necesariamente distintos de los que se realizan en las clases presenciales, aunque se llega a perder de vista, no siempre, una cuestión clave, a saber, cuáles son los fines pedagógicos bajo esta modalidad.


Esta propuesta educativa tiene claro que los recursos tecnológicos no son un fin en sí mismos por más esenciales que sean para la práctica a distancia, y que más bien, estas tecnologías son el medio comunicativo y de información necesarios para alcanzar los fines educativos que en principio se tienen para con los estudiantes.


La propuesta para Educación a Distancia, por consiguiente, propone que los universitarios se apoyen de los recursos tecnológicos que ofrece la plataforma educativa de la Universidad para sostener entre ellos un constante diálogo, mismo que dé pie a la reflexión personal y colectiva, cobrando sentido y sustento la práctica y el proceso educativos bajo esta modalidad. Con base en el manejo técnico de estos recursos, los profesores en especial, serán capaces de imitar, crear o recrear estrategias y actividades pedagógicas a distancia, producto de la formación y actualización que adquiera en este sentido.


Por otra parte, esta propuesta reconoce la figura del profesor como el principal promotor de valores, ya que se espera, con el ejemplo, que los estudiantes universitarios enriquezcan también su experiencia educativa y que cultiven un sentido crítico y ético con el uso de tecnologías.


Una de las cuestiones más interesantes de educación a distancia son las experiencias educativas que se pueden generar por su propia dinámica interna. Como se ha señalado, este modelo pretende humanizar la tecnología al agregarle valores que sólo los actores de la educación pueden generar con un sentido crítico, y no mediante el uso automático de los recursos tecnológicos. Para dar un ejemplo, lo importante no es enseñar a usar Internet –entendiendo esto como enseñar a navegar-, sino más bien enseñar a usarlo con criterio (¿para qué consultarlo?, ¿qué se pretende encontrar?, ¿para hacer qué cosas que antes no podríamos hacer de otro modo?, etc.).


Al respecto, ante la basta información que se dispone en Internet, se pretende, en primer lugar, que el estudiante aprenda a seleccionar la información relevante y pertinente que favorezca su estudio, aprovechando en última instancia las ventajas que tiene con fines educativos, contrarrestando así lo que podría parecer una desventaja, y que de hecho lo es, cuando Internet se aparece como una mera acumulación de datos registrados en línea. Lo importante, pues, para esta propuesta, es rescatar las potencias que tienen los recursos tecnológicos al servicio de los fines educativos, y por tanto, dirigir su uso en ese sentido y con esos valores.

Por supuesto, no se pretende sustituir una modalidad por otra, pues lo preferente es que se complementen. Sencillamente esta propuesta educativa recalca las posibilidades de acceso y flexibilidad de información que generan los ambientes a distancia, así como las posibilidades de comunicación que esto propicia en la práctica y en el proceso educativos.

De este modo, la UAA no sólo revoluciona las modalidades educativas, sino también los procesos de enseñanza y aprendizaje, las relaciones humanas y el modo de entender al hombre, es decir, redefine las respuestas respecto al modo de comprender la educación.


Derecho internacional: Derrida y la espera de una fuerza mesiánica.

Por Roberto Hernández Cristóbal.



La filosofía de Marx no está perdida, no ha desaparecido, se le puede observar en la lobreguez de los rincones, silenciosa, como limosnera en tiempo de penuria, como espectro en tiempo de incredulidad. Derrida mira el pasado, sin embargo reconoce algo en común entre éste y el presente, sus ojos vislumbran no una sistematicidad científica en el orden del tiempo, sino un discurrir de nuestro ser que se mueve como el agua sobre el cristal de la eternidad. El ser humano aspira comunicarse esencialmente, no con el otro en tanto hombre, sino con lo Otro en tanto divinidad. Lo divino y lo humano se mezclan en una intermediación que el pensamiento construye para sí. La palabra fluye silenciosa violando espacio y tiempo, pero ésta no ha encontrado lo suyo aún, lo que le otorgaría satisfacción al hombre. Por eso el pensar del melancólico brota como agua en el desierto, ahogado en alcohol fuera de los límites de la racionalidad. La inspiración derrideana, nace y crece sobre la amargura, al contemplar este mundo ruin y decadente, busca la salvación en la súplica y la intervención divina para mejorar la tortuosa y miserable condición humana.

En nuestras democracias liberales contemporáneas, los Estados se subordinan al capital, y el discurso hegemónico gira en torno a legitimar el dominio del capital y la técnica; un ejemplo de esto lo tenemos con Francis Fukuyama en El fin de la historia y El último hombre, donde el autor revela una especie de “espera” de que se cumpla alguna fuerza mesiánica. Fukuyama tiene fe de que la técnica y la hegemonía político-económica sea la sociedad más aceptable que constituya el fin de la historia, pues será la única que vincule diferentes regiones y culturas sobre toda la tierra.[1] Sin embargo Fukuyama parece no tomar en cuenta los enormes problemas internacionales que atraviesa la sociedad contemporánea: la guerra en Medio Oriente, las dictaduras, las megalomanías de Stalin, Hitler, Sadam Hussein y Bush.[2] Algunos otros problemas como el hecho de que el Estado-nación se enfrenta con redes de capital, producción, comunicación, crimen, instituciones internacionales, aparatos militares supranacionales, etc. Fukuyama confía inocentemente que existirá una armonía entre la racionalidad económica o de la fuerza con la estabilidad de las naciones, es decir, una mezcla de Hegel y Koyéve. Existe una especie muy peculiar de espera a que se realice la sociedad perfecta; la fe sobrepasa a la razón en tiempo de crisis. Frente a la crisis contemporánea el hombre se entrega a esperar, porque la fe así lo requiere.

La política contemporánea está cambiando frente al surgimiento violento de fuerzas económicas cuyos cerebros permanecen invisibles. Los políticos, que antes representaban a un Estado-nación en el ámbito internacional, o a un sector de la sociedad en el ámbito nacional, ahora fungen como marionetas o medios para lograr aspiraciones capitalistas que han rebasado la competencia de los Estados-nación, violando las leyes nacionales e internacionales. La política se ha convertido en escenario de una representación teatral, cuyo objeto es persuadir a través de los medios de comunicación a la gente, sin embargo ellos ya no tienen poder, son solo marionetas del capital. El capital o puta a la cual se le reza como a un dios, se ramifica en la industria y el comercio de armamentos, en la regularización de la investigación científica, de la economía y de la socialización del trabajo en las democracias occidentales. La venta de armas gana terreno frente al narcotráfico, aunque ambas van de la mano.[4]

Existen Estados fantasma que controlan la eficacia del capital en el ámbito internacional, son las mafias y los consorcios de la droga en todos los continentes, incluidos los antes llamados Estados socialistas del Este Europeo. Los Estados fantasma no han sido identificados; invaden, no solamente el tejido socioeconómico y la circulación general de capitales, sino también las instituciones estatales e interestatales. Las instituciones internacionales como la ONU han quedado relegadas, frente a un capitalismo que se adueña del mundo, trae consigo guerras y cierra las puertas a las auténticas manifestaciones humanas.

Frente a tal espectáculo, Derrida desea desenterrar los huesos de Marx, invoca su aparición, pues ese espectro no desaparece, se mantiene inquieto, obsequiando esperanza a los hombres que luchan contra la corrupción. La mística bíblica nos induce a encontrar un nuevo camino para la política contemporánea. El espectro de Marx trasciende el tiempo y musita verdades cerca de las sociedades que tienen una crisis del espíritu.[5] Sin embargo a ese espectro ya le falta algo, a saber, el espíritu, el cual han de proporcionárselo los nuevos hombres. El espíritu de Marx es invisible, ya no está presente:<>[6] La fe aparece sobre un terreno actual que se cree racional como un espectro invisible, sobrenatural y paradójico y dicta la ley más allá de esta corrupción humana. No vemos a quien dicta la ley.

Quien se encuentra en duelo por Marx convive con los muertos y se encuentra a la espera de una repetición, por eso espera. Como en Hamlet se espera el retorno del rey muerto, pues <>[7]. El Manifiesto Comunista parece evocar y convocar, la aparición del espíritu que dará la justicia en Europa. Nuestro tiempo es de crisis, de espera del espíritu que ha de unir lo diverso; ya viene el espectro que ha de ordenar lo que el tiempo desquiciado ha desordenado <> es la decadencia moral o la corrupción del hombre, el desarreglo o la perversión de las costumbres. Se pasa fácilmente de lo desajustado a lo injusto>>[8] Hamlet es quien ha nacido para arreglar ese desajuste, sin embargo, él no ha pedido el don de terminar con la injusticia e imponer el derecho para que el tiempo se ajuste otra vez:

<>[9]

El derecho se sustenta en la venganza; únicamente la guerra ha de volver a colocar en su lugar aquello que se ha desviado. La Diké, regresará cuando se fuerce el camino torcido a corregir su rumbo. Se ha de esperar la venida misma del acontecimiento mesiánico: la venida del otro, que arribará como justicia. La justicia se presentará como un espectro que es conjurado, no obstante para que éste aparezca nuevamente, no es necesario que se sistematice a Marx, sino más bien, es preciso la desconexión, la interrupción, lo heterogéneo. En el momento en el que un nuevo orden mundial intenta instalar su neocapitalismo y su neoliberalismo, ninguna degeneración consigue liberarse de todos los fantasmas de Marx. El espectro del comunismo, sale al paso cuando la heterogeneidad se ha radicalizado y la rebeldía suprema destruye lo viciado:

<>: <> >>[10]

Conjuration, significa conspiración, mediante un juramento para luchar contra un poder superior. También es el encantamiento mágico, destinado a evocar, a hacer venir por la voz, a convocar un encanto o un espíritu. Es lo que conjura mediante la voz aquello que no está ahí en el momento presente de la llamada. Marx en su tesis doctoral Sobre la diferencia entre las filosofías de la naturaleza de Demócrito y Epicuro declara la guerra a Dios, haciendo notar a los adversarios de la filosofía que:

<>[11]

El hombre en esencia es divinidad suprema y la filosofía el ascenso a su majestuosidad. El lugar de Dios lo toma la razón atea. La idea de Dios es tan sólo una proyección ilusoria del hombre; Dios tiene realidad, pero sólo en la imaginación de los creyentes. La realidad de los dioses es un mito colectivo de un determinado grupo humano. El terreno de la razón es donde Dios deja de existir para dar lugar a la autoconciencia, pues:

<>[12]

La religión no es la causa sino el efecto de la servidumbre humana. Para acabar con la servidumbre en la política, hay que ir a su raíz y ésta se encuentra en otra forma mucho más sutil de servidumbre: la alienación humana donde el hombre no se posee a sí mismo, pues para realizar su existencia necesita pasar por el rodeo de una instancia extraña:

<>[13]

Marx, apunta a la reivindicación de una inmanencia integral del hombre que implica su auto-creación (ateísmo radical) y su auto-mediación histórica (la revolución socialista), cuando sea abolida la propiedad privada, el hombre se poseerá verdaderamente a sí mismo y no tendrá ya que realizarse y reconocerse a través de ninguna instancia extraña, ni religiosa ni política.

Cuando Marx analiza en El Capital el fetichismo de la mercancía, contempla al hombre en un doble ámbito: la política y la religión. Con objeto de poner al descubierto la raíz religiosa de la sociedad capitalista y a la vez la raíz social del judaísmo y el cristianismo, analiza el interés egoísta del judío, en una palabra el dinero. El dinero es el único dios del judío y del mundo burgués. El hombre adopta ante el dinero un comportamiento religioso. Marx, según Derrida, declara su odio al género humano por esa bajeza, con la cólera de un profeta judío.[14] - ¡El hombre se vende ante el oro, se prostituye!-. Se denuncia la alteración de los valores:

<>[15]

No debemos permitir que la única manifestación para enfrentar el mal internacional sea el terrorismo en tanto extremismo religioso, vislumbremos nuevamente el espectro de Marx que nos salen al paso como una Nueva Internacional:

No se puede asegurar que las propuestas teóricas que auguren un camino liberador, tengan fundamento pacífico. El porvenir se muestra inseguro y no nos promete estabilidad social. Derrida, parece advertir la irrupción de un cambio y el espectro del comunismo está presente frente al temor del capital. Pero ¿será propiamente Marx y no el ser del hombre que aflora para traer nuevamente la justicia a lo humano? ¿Acaso <<>>(p. 118), no es una manifestación del hombre en comunidad? ¿Acaso no es el hombre que entrega la vida en las revoluciones cuando cree en su sociedad? ¿Son propiamente los Espectros de Marx que nos ayudan y conducen como marionetas a saber lo que tenemos qué hacer? ¿O la teoría Marxista de la revolución es tan sólo el presentar una cara o dimensión inmanente al hombre que resurge cuando se encuentra la sociedad en crisis? ¿No es acaso el hombre quien intuye la venida de una fuerza mesiánica cuando la sociedad está en crisis? Se perciben sudarios, almas errantes, ruidos de cadenas en la noche, gemidos, carcajadas chirriantes, y todas esas cabezas, muchas cabezas que nos miran invisibles, la mayor concentración de todos los espectros en la historia de la humanidad, que nos llaman, puesto que una revolución se repite.[16] Lo que fue se volverá a repetir, los Espectros de Marx siguen ahí, presagiando que el tiempo y lugar de nuestra época se compondrán, después de la venida de alguien que re-establezca el derecho en las sociedades. Quizá habría que tomar esto en cuenta y prepararnos para la próxima venida de quien devolverá el estado de derecho a las sociedades, frente a un camino que parece ya no tiene retorno.


[1] Espectros de Marx, 71.
[2] Ibid, p. 76.
[3] Cosmopolitismo, Estado-nación y nacionalismo de las minorías, p. 13.
[4] Espectros de Marx, 96.
[5] Ibíd., p. 19.
[6] Ibid., p. 20
[7] Ibid., p. 24.
[8] Ibid., p. 33.
[9] Ibid., p. 35.
[10] Ibíd., p. 53.
[11] Ateismo y Utopía en Marx de 1839 a 1844, p. 4.
[12] Ibíd., p. 8.
[13] Ibíd., p. 41.
[14] Espectros de Marx, p. 56.
[15] Ibíd., p. 57.
[16] Espectros de Marx, p. 124.


3 comentarios:

Edna Rodríguez Salas dijo...

Aquí hay una cuestión que me interesa preguntarte, pues no sé si logré entender bien tu planteamiento, es decir, si lo que tratas de decir en tu escrito es que con todo el problema social que acutalmente afecta a todos...

(y que el problema quizás -"hablando en voz alta"- sea que ese sentir afecta individualmente, pues al invidividuo parece poco interesarle cómo afecta a los demás , indiferencia que tiene su explicación histórica, pero no su justificación presente)

...se traduce, pues, en una crisis en todos los sentidos, que al mismo tiempo será creador de fe y esperanza, pero sobre todo de espera (de que una fuerza mesiánica se genere).

si es así, me interesa saber si va por ahí tu discurso, o si acaso es el de Derrida y tú lo expones pero tu opinión es otra... En fin, quisiera que aclaráramos esto que quizás sólo yo no entendí para entrar un poco más en tu tema.

jorge jolmash dijo...

desde mi punto de vista (que no necesesariamente tiene por qué ser compartido), la importancia de marx no estriba en el carácter mesiánico del socialismo, sino en su afan -materialista, aunque el término esté pasado de moda- de analizar la dialéctica concreta de las relaciones socioeconómicas. es obvio que algunos de los planteamientos marxistas necesitan ser revisados (es decir, ha pasado siglo y medio desde entonces y sería absurdo pedirle a un pensador, por muy genial que sea, que se convierta en profeta), sin embargo su explicación de la superestructura a partir de la estructura (y no al revés) me parece que sigue siendo válida.
es evidente que la sociedad globalizada actual está podrida en sus raíces, y lo hermoso del marxismo es que ofrece la promesa de modificarla de manera racional, comprendiendo (y transformando) sus condiciones objetivas.
no creo que el cumplimiento de dicha promesa se base en un acto de fe (en ese sentido, no soy partidario del mesianismo), sino en un acto de voluntad.

Roberto Hernández Cristóbal dijo...

Perdón escribí como tres comentarios, sin embargo no salieron publicados y no sè por qué, pero bueno:

Si hay algo que debemos reconocer a Derrida, eso debe ser su buena observación del timpo presente y su intuición del futuro. No podemos observar al autor como un religioso que espera, sino como un fotografo quien descubre. Quizá no nos dice lo que muchos quisieramos escuchar, y tan precoso y concreto como quisieramos, sin embargo sus argumentos trascienden cualquier acción y representan un fundamento para la acción, pero de qué acción concreta hablas estimado Jorge. No son pocos los teòricos que están estudiando actualmente cómo se pueden adherir las ideas marxistas a las democracias contemporáneas y muchos han dejado trás de sí las ideas originarias de Marx. Actualmente el ser humano parece gallina en engorda, se nos bombardea por todos lados para persuadirnos y que pensemos lo que es conveniente... cuál sería la propuesta concreta?...